Los espejos, esos ojos planos que te observan
desde la raíz del reflejo
que te miran de manera tan fría
que te auscultan
los pliegues de la espera
que te siguen con la mirada y te persiguen
como si quisieran atrapar al vuelo tus ensueños.
Esos portones claros del invierno
por donde ingresan astillas largas de frío
y bocanadas de miedo nocturno
son ventanas intactas sin visillos
por donde no sabemos qué curiosidad te mira.
Esos ojos que no duermen y encandilan
son ojos que te conocen desnudo
que impávidos recuentan tus defectos
y te miran hasta el fondo las pupilas.
Esos ojos se quedan mirando aunque te vayas
quién sabe qué ilusiones encendidas
en los fósforos del alma
con pupilas monstruosas que les dejan
temerosos a los niños en las noches.
Temerosos a todos porque si apagas la luz
siguen mirando
como si estuviesen meditando entre la sombra
el origen y el fin de los ocasos.