Teníamos semanas sin dirigirnos la palabra, mucho menos las miradas.
Conflictos entre ambos nacían al salir el sol, al alumbrar nuestras vidas.
Sabíamos que algún día llegaría el momento, pero no tan deprisa.
Fue un viernes que nos vimos,
en la misma colina donde nos conocimos.
El cielo era testigo del momento,
y nosotros solo títeres de la obra.
La canción dejó de escucharse, los audífonos cayeron
y ella llegó con la mirada cabizbaja.
Extendí mi mano pero terminó cayendo,
como mis sentimientos, como mi alma.
Fue triste pero a la vez hermoso,
porque antes de irse me dijo:
“Si vas a besarme hazlo ahora, porque al bajar ya no podrás hacerlo”.
Y la besé, una última vez.
Después solo nos dijimos adiós.