El poema es mi mano.
Mi ojo.
La puerta que se abre a la espera.
Te he visto y he dicho:
Ah, tu piel,
y tus labios
y he sentido desvanacerme
en la plegaria muda de fe.
Y sigo acariciando las agujas,
y sigo siendo el pequeño silencio
que atraviesa las deshoras
de la madrugada.
Y sé que el amor es esta pertenencia
pero cómo imploro al exilio,
arrojarme fuera de tus brazos.
Porque las lágrimas son de amor
y la felicidad es una pequeña mentira
que hemos adoptado.
-Somos hijos del humo-
me he dicho mil veces,
al prender otro incendio.
-Somos hijos del destino-
he dicho y sigo caminando,
pese a que los pies estén
cansados,
de no seguir avanzando.
Y he visto que el tiempo
he sido yo,
recostada en la lejanía
de tus ojos.
Y ah, el amor.
El amor...
esta tonada absoluta
este refugio sujeto
al sueño,
a un costado de mi vida.
Cuando has sido vida
y la puerta sigue cerrada.
Y la puerta no se abre
nadie entra.
Hasta que estás conmigo
y juntos somos ese,
ese aeropuerto lejano
ese tacto corrompido
por imaginarlo de tantas maneras
y solo es una realidad,
en tu mano y mi mano.
Ya ven, he dicho
ya voy, me desespero
y sigo aquí escuchando
que el tiempo es este latido
este horario
y yo,
yo miro a la puerta
que se abre
y eres tú,
camino pequeño
eterno abrazo.
y eres tú,
sigo soñando.