El hambre de mi cuerpo, el laberinto,
la grulla de Japón se contorsiona
en mi kimono. Eros no perdona;
abre las puertas de un nuevo recinto.
Casi Julián me llamo; Jorge, abjuro.
Deslumbra la visión del candelabro;
el sibarita se va al descalabro.
Las golosinas de alabastro puro;
palabras que me incendian y me encienden:
la lengua, el labio, el muslo, la lujuria,
la carne en remolinos, tanta furia;
los ángeles que gimen y no entienden.
Yo me olvidé de qué vendrá y qué hubo;
por un momento el tiempo se detuvo.