He sido consagrado al silencio y al clamor de la aparente quietud;
Todo mi cuerpo observa... sólo eso.
Nada de mi puede llamarse movimiento,
Existo en la dimensión de la permanencia.
Sólo excusas han de surgir de mis labios,
Nada espero de mi lengua.
Mi espíritu inmaduro busca impasible asirse a mi carne...
A la carne de cualquiera,
A la palabra de los que gozan de hambre.
Se nos prohíbe experimentar la angustia,
Aún así permanece sobre nuestros ojos su reiteración.
La angustia camina por siempre con su falda por sobre su cabeza,
Así hemos de saber que nada esconde,
Así nuestras ideas han de reaccionar con una erección inyectada de
tristeza y no tardaría el orgasmo cargado de húmeda felicidad.
Retornemos al espacio abierto:
Donde nos acogen las ilusiones racionales
y los cactos nos absorben en su sensible espina.
Retornemos al vacío absoluto:
Donde nos espera nacer-morir.