Mirabas la tarde pasar,
mi niña de ojos grises,
la larga noche al llegar,
mirabas y te reíste.
Reías por no llorar,
en la pena de tus días,
tristes lágrimas de sal,
guerra, muerte, y vida.
Sangraba, fría, la tierra,
en el aire la ira,
arañabas la hierba,
niña, mirabas y reías.
Ya no oías gritar,
ni nadie ya exclamaba
gritos de lucha y mal;
ahora la noche callaba.
Y la tierra durmió
con pesadillas de calma,
y la mañana lloró
el adiós de tu alma.
Oh pequeña niña flor,
dijiste no a la vida,
ya no se oye tu voz
ni el canto de tu risa.
Te fuiste con las hadas,
muy lejos, a las estrellas,
a cantar cada mañana
donde no existe la guerra.
Phedro.