Pálido brillo de muda pulcritud
atraviesa la espesa cortina de la noche
silbando con destellos llenos de quietud
riega ansiosa, desprendida de reproches
al verso crudo y denso de tenue actitud
a los compases vivos, cadenciosos y torpes
que surcan calles recorridas mil veces en solitud
al encuentro brusco de la aurora y de su roce
del frio abrazo madrugado que no halla en multitud
una mano tibia que entre ungüentos le destroce
ni la amada pena que acaricie su falsa rectitud
ni el soneto dulce que con morbo le atesore.
D. Erazo