Traducción por Mihaela Băzăvan y Dan Costinaş
Un silbido largo, descorazonador como un suspiro desesperado, penetra profundamente las almas de aquellos que se encuentran en las alas del bulevar del centro de Bucarest. Cada parte del cuerpo se estremece. Escalofríos atraviesan sucesivamente cada pulgada de la columna vertebral. Si estabas feliz, tranquilo, pensativo, todo fue destruido en un segundo... Sin embargo, es común para los residentes muy cerca de la principal arteria de la ciudad. A quince minutos, aproximadamente, te envuelve una tal explosión de sonidos. Un coche de bomberos, una ambulancia o un coche de policía... La intensidad del sonido hace vibrar cada parte del cuerpo humano. ¿Tal vez debido a la increíble conexión entre los sonidos dolorosos, agudos, que se te adentran instantáneamente o del gemido que te hace temblar, prediciendo algo malo? Los sonidos son más intensos por la noche. Durante la noche, rara vez, pasa algún coche. Pero, seguramente, unos coches con pitido horripilante, te despegarán repentinamente del dulce reino de los sueños, para meterte en las pesadillas reales.
El tono de llamada del teléfono móvil ha parecido extremadamente armonioso, aunque era el comienzo de una historia aterradora y muy verdadera.
‒ Carmen, ¿eres tú? -me preguntó la persona con el móvil.
‒ ¡Sí! -le respondí de inmediato.
‒ ¡Soy Isabela! ¡Encontré una casa para comprar! ¡En realidad, un apartamento en una casa! -dijo la mujer.
‒ ¿No se tratará de alguna estafa? -le pregunté yo desconfiada. ¡Sería gran milagro que todo sea correcto! ¡Me dijo un notario que, en los últimos años, no ha visto venta correcta! Los estafadores más pobres quieren cobrar sólo el anticipo, pero permanecer en la casa. Te dicen, sin vergüenza, que no tienen a donde ir, es decir no quieren venderte nada. La mafia inmobiliaria, a contrario, toma tu dinero para la propiedad entera y no te da nada. Y no te queda ninguna oportunidad más para recuperarlo.
‒ ¡Espero que todo esté bien! Tú ¿dónde estás? -me preguntó Isabela.
‒ ¡En la Universidad! -le dije. Acabo de salir de clase.
‒ ¡Coge la línea 16 y ya te diré yo dónde tienes que bajar! Mi marido tiene muchas clases con los estudiantes durante este semestre y no puede venir ahora. Yo quiero ver hoy mismo la casa. ¡Por favor, ven conmigo!
‒ ¡Vale! Acepté sin decir nada más.
Y no lo he lamentado en absoluto. La ruta del tranvía es un espacio donde se entretejan, de modo extraño, las historias de los últimos dos siglos, petrificadas, confusamente, en un collage misterioso.
El recorrido del tranvía 16 es un viaje en esquife por Aqueronte, y el conductor siendo un triste guía. El camino te ofrece las experiencias más inéditas.
Apenas viajas cien metros y entras en otro mundo, como si fuera un Valle del Lamento intemporal. Un reino gris, como un lienzo pintado en tonos de gris, creación de un artista deprimido.
Desde la acera vestida en tonos oscuros al gris azulado del cielo... Aparecen edificios construidos al comienzo del siglo, en mal estado, sin ventanas, con paredes desnudas que revelan, sin pudor, el ladrillo carmesí, que parece haber atravesado la niebla del tiempo, restos de los muros. Destruidos...como después de un cataclismo o algún ataque armado. ¡Parecen imágenes de Beirut, durante la guerra! Entre ellos, algunas construcciones nuevas: gigantes de vidrio, de azul intenso, puro, y metal plateado, que albergan unos dos bancos y la sede de una corporación. Aparece incluso el esqueleto aterrador de un edificio nuevo. Pero la sensación es similar a la vista de un esqueleto humano. Y, de un lugar a otro, terrenos cubiertos de malezas altas, filiformes... Entre ellas, aparece delicadamente, alguna espiral ascendente de hojas alternantes, cortadas en formas interesantes, que se simplifican sólo reduciéndose cada vez más, hacia el ápice de la planta, donde terminan por convertirse en los sépalos del cáliz, dispuestos en un círculo. Es la vuelta de su inicio y al mismo tiempo un nuevo comienzo, el de la flor mágica. Porque cualquier flor te déjà revelar, si la estudias con atención, su milagro. Incluso si es una simple maleza...
Me doy cuenta que el tranvía me ofrece una oportunidad que no tendría como simple peatón que pasa a través de esta ruta. Como un eterno buscador de la belleza, puedo admirar, entre montones de escombros y paredes, la delicadeza del detalle de encaje, que se encuentran por encima de las arcadas elípticas. Quedo encantada del misterio de las estatuas frías de mármol blanco, que dominan con superioridad las frágiles paredes de los edificios, haciendo abstracción del resto del paisaje. Como simple peatón, creo, sin embargo, que no admiraría demasiado tranquila la espada de piedra -preparada para la batalla- del valiente soldado romano, que está de guardia encima de la entrada de un edificio, delante de mí, izado de paredes, que resisten milagrosamente, ya que podrían volar por encima de mí, en cualquier momento. Me estremecería la maravillosa cabeza de la inmortal Venus, suspendida en una arcada de un balcón, porque, en cualquier momento, podría arrojarme, como simple mortal, en otras esferas, del misterioso reino de las sombras gris... ¿Más extraños, acaso, que el camino que atravieso? Como si estuviera en un túnel del tiempo, en el que yo había sido proyectado, instantáneamente, en el Bucarest del comienzo de siglo, siendo consciente, sin embargo, del presente. Pienso que para los apasionados de sensaciones fuertes del Occidente sería algo inédito. Pero para nosotros, que encontramos permanentemente este tipo de cosas, tal experimento parece tan común, insignificante.
Un pequeño parque se revela y en medio, un fuego con llamas rojizo-naranja, guardado por extrañas figuras, un Jean Valjean1 de nuestros tiempos, de estos lugares y algunos personajes miserables, andrajosos, con rostros marcados por un odio diabólico, como si fueran desprendidos de las novelas de Dickens... Con los cuales nunca desearías encontrarte cara a cara.
Extremadamente pocas casas han sido reformadas. Aquellas que han sido transformadas en refugio por algún partido, alguna asociación... Las construcciones tomadas por empresas son las más impactantes, por la combinación totalmente inapropiada de la mezcla de moderno, con elementos de arquitectura antigua.
Mis ojos vuelan entusiasmados hacia la arquitectura fascinante del edificio del frente, intentando disfrutar de cada detalle... Mi mirada busca con avidez ansiosa este abismo del paraíso de las intersecciones entre las delicadas arcadas elípticas, con las maravillosas vías parabólicas, de las frágiles columnas hiperbólicas sobre las cuales dominan, de un lugar a otro, esferas perfectas. Mi iris se convierte en el origen del sistema de referencia, contra el cual se puede calcular cualquier radio o longitud de arco, cualquier superficie. El instante se convierte en el origen del sistema de referencia temporal, el momento cuando le das la vuelta al reloj de arena, y las partículas finas y doradas comienzan tímidamente a arrastrarse. En este mundo del infinito, no permaneces demasiado... Te despierta a la realidad el anuncio seco, glacial, montado en la pared frontal: \"Tienda social\". A la izquierda, domina un pequeño castillo pintado de verde primaveral, que te deleita. El radio de la mirada busca de nuevo, con sed, cada detalle, cada redondeando de los maravillosos capiteles de mármol. El espectáculo se desvanece rápidamente.
Porque la mirada cae sobre la panoplia rígida, fijada sobre la fachada de la construcción, a la derecha, a dos metros del suelo ¡\"Tienda - ARMAS Y MUNICIONES\"!
1El personaje principal de la novela \"Los miserables\" del escritor francés Víctor Hugo. (N.del T.)
Examiné sorprendida a los viajeros del tranvía, sincronizados perfectamente con el reino gris de fuera. Con su ropa, con sus pensamientos... Todos miran al vacío. Flotan todos en el inmenso océano de los pensamientos personales, de los problemas cotidianos, como si todo alrededor es algo ordinario, algo normal... El exterior no les importa desde hace tiempo...
Entre paredes demolidas, en un comienzo de calle, tipo arco parabólico deformado, figuras miserables, andrajosas, con rostros oscuros...
Piensas sin a querer a Dante, viajando mediante uno de los círculos del Infierno. Uno que aún no ha descubierto. Un Infierno terrenal.
Una niña juguetona atrae en su huir un perro feroz, como un Cerbero. Su ladrido entrena una manada de perros callejeros de las cercanías. Las bestias descontroladas la rodean y saltan hacia la niña, mostrándose los dientes brillantes. La envuelven con sus zarpas nerviosas. Y entonces, a la vuelta de la esquina, un hombre tira hacia ellos con un palo. Grita y los aleja...
Enfrente de esta escena domina piadosamente una iglesia. Y la misma extraña comunión entre lo nuevo de la distinguida cúpula, recientemente renovada, de la entrada lateral recién pintada y la antigüedad de los muros que dan en el bulevar, pelados desordenadamente, perforados violentamente por la tubería moderna de la calefacción, recientemente instalada y en que aparece una hoja, con la especificación \"MONUMENTO HISTÓRICO\".
El pensamiento me corre nostálgico a los pobres ancianos, que viven en las antiguas casas, las que están aún enteras, en las que se encuentran -probablemente- libros de valor y objetos de arte inestimables, así como elementos arquitectónicos que les decoran al exterior; al temor que viven estas personas diariamente, impotentes ante los peligros. Porque el grupo de Jean Valjean del pequeño parque parecía dispuesto a realizar grandes hazañas. Planificaba acciones de largo alcance...
Hemos llegado en la zona donde se situaba la casa en venta, media hora antes. Pensamos en ese momento que teníamos que buscar la casa, según los indicios que nos había dado el agente inmobiliario: la antigüedad del edificio, el tipo de construcción, el aspecto. Suponiendo que los informaciones que nos había facilitado correspondían a la realidad...
Dos viviendas enormes correspondían a la descripción. Las estudiamos, pero desde lejos. Especialmente que, a una de ellas, una persona que estaba sometida a la ventana del ático, nos perseguía con la mirada, tras una cortina de encajes, densa y amarillenta por el tiempo. No logramos verle bien el rostro. Hemos supuesto que se trataba de una persona mayor.
Isabela era pensativa. Sus pensamientos estaban volando involuntariamente al día anterior. ¡Cómo deseaba que todo fuese real! Poder comprar el apartamento. Pensó ansiosa en todo lo que había sucedido.
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Paúl la esperaba en la puerta del hospital. Vio a Isabela saliendo precipitadamente y la
encontró con la voz emocionada por la noticia:
‒ ¡Espera, hay algo que te quiero decir! Es una noticia excelente: ¡He encontrado una
casa para comprar!
Isabela no dijo nada y lo miró sin reacción, ausente.
‒ ¿Isabela, tú me escuchas? ¡He encontrado una casa! -repitió Paúl.
Como despertada del sueño, Isabela contestó finalmente:
‒ ¿Casa? ¿Has encontrado casa de comprar? ¿Nos la permitimos? -preguntó ella.
‒ ¡Sí! ¡Tiene un buen precio! -dijo con alegría Pedro.
‒ ¿Y dónde estaría situada? -preguntó Isabela sin creer.
‒ Aquí, cerca, a pocas cuadras. Hablé con el agente inmobiliario y dijo que el lunes,
podríamos ir a visitarla. Sólo sé el nombre de la calle.
‒ ¡Vamos a verla ahora! -dijo Isabela impaciente. ¡Seguro nos daremos cuenta cuál es!
‒ ¡Bueno! -aceptó Paúl. ¡Nos vamos ahora, si quieres!
Caminaron algunas calles, cruzaron el bulevar y entraron en un callejón.
‒ ¡Mira, una casa más antigua! ¿Ésta sería? ¿Pero no es demasiado grande? En la planta baja y en el primer piso no vive nadie. Pero fíjate en el ático, ¿una vieja nos mira? –dijo Paúl.
Miraron los dos curiosamente hacia la ventana, estudiando, al mismo tiempo, con atención el edificio.
En la planta baja, las ventanas de PVC, recientemente montadas, contrastaban fuertemente con el resto del edificio. La planta baja había sido pintada recientemente,pero los pisos estaban con yeso descamación, en un estado fuerte de degradación. Si te fijabas en el ático, no necesitabas mucha imaginación para verlo destrozado por cualquier movimiento producido en las inmediaciones. ¡Simplemente te daba miedo! ¡Tenías la sensación que en el momento siguiente se te caerá en la cabeza!
La vieja huyó asustada de la ventana.
‒ Vamos a ver otras casas también. ¡Quizás adivinamos cuál es la nuestra! -dijo Isabela.
¡No sería justo esta!
Después de atravesar el callejón, aun la vieja casa se acercaba más a la descripción y
presentación del agente inmobiliario.
‒ Ya nos enteraremos el lunes cuál es, dijo Paúl. ¡Tengamos un poquito de paciencia!
‒ Vale, aceptó Isabela también.
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El agente inmobiliario nos llamó y apareció inmediatamente -en su coche- al lugar de encuentro. Nos fuimos juntos a casa. Frente a la casa, nos esperaba una mujer que debía de tener más de cincuenta años, corpulenta, con la piel de oliva y el pelo largo, liso, de color negro-azul. La acompañaba un joven regordete, con características qué marcaban, de manera evidente, retraso intelectual.
La mujer se presentó, muy segura de sí misma, como dentista en un pueblo alrededor de Bucarest, donde decía que también vivía con su hijo. De esta manera se nos quitaron un poco las dudas aparecidas en nuestros pensamientos, al ver la cara oscura.
‒ ¡Tenemos una casa en construcción! -dijo la mujer. Y este es mi hijo. El también finalizó la carrera de medicina, en una universidad privada, dijo la habladora señora. Durante su época de estudiante, le compré el apartamento de esta casa, que ahora quiero venderlo.
Entramos en el patio. El exterior del edificio se veía bastante bien para su paso a través de las nieblas del tiempo.
‒ ¡Hubiera sido mejor si habría sido localizado frente a la calle! -exclamó Isabela.
En el patio, trozos de acera rotos y basura expandida del interior del cubo. Subimos todos, sucesivamente, por una escalera estrecha, en espiral, hasta el primer piso de la casa. Una puerta de PVC, recién instalada, nos apareció frente a los ojos. El agente inmobiliario la abrió.
El apartamento era relativamente pequeño en comparación con los espacios con los cuales estábamos acostumbrados y en que habíamos vivido hasta entonces. Pero estaban en los casas de los padres. El interior viejo era completado con ventanas de PVC, azulejos nuevos, instalaciones sanitarias modernas. El precio era aceptable.
‒ El apartamento era deseado por la vecina de arriba. Pero nosotros no queremos vendérselo. ¡No hablen con ella! Está un poco loca, nos dijo la dama oscura.
‒ ¿Y con el notario, cómo hacemos? -preguntó Isabela.
‒ Pueden elegirlo ustedes. Nosotros tenemos nuestros notarios. Y abogados, y relaciones... Podemos encargarles a ellos los papeles. ¡Si así lo quieren, por supuesto!
‒ No, no. Mejor elegimos nosotros el notario, dijo Isabela, pensando que así serán más
seguros de la equidad de la transacción que iban a realizar. Muchos conocidos le habían contado que habían tenido muchos problemas con los notarios. Aun una amiga notario le había contado situaciones de otros notarios que autenticaban documentos falsos.
A la salida, la doña rubicunda les ofreció, generosamente, un CD con música popular.
‒ Este es el CD con mis canciones. Soy muy apasionada por la música folclórica. Salí también en la televisión, nos dijo sonriendo la mujer.
Tres días después, Isabela me llaman otra vez:
‒ ¡Hola! ¡Mañana me compro la casa! ¡Ya he pagado la señal! Y firmé el precontrato, me dijo ella apresuradamente.
‒ ¿Va todo bien? -le pregunté yo. ¡Cuidado, el peligro de ser estafado es muy grande!
‒ Sí, he visto yo también en la televisión algunos casos de fraude.
‒ ¿Has tenido cuidado con el notario? -le pregunté.
‒ Somos nosotros los que hemos encontrado a la señora notario, me contestó.
‒ Un compañero de la universidad, me contó cómo él junto con un amigo, montaron una empresa inmobiliaria, inmediatamente después de la revolución y les han quitado las casas a todos los que se habían dirigido a ellos. La gente había confiado en ellos y les había dado los papeles para vender sus propiedades. ¡Ni siquiera se imaginaba que podría ser estafada! ¡Sólo en películas había visto semejante cosa! -le conté a Isabela.
‒ Y ahora, supongo que tu compañero es muy rico, me dijo Isabela.
‒ ¡De ningún modo! Su amigo huyó con todo el dinero que habían ganado y mi compañero se quedó con las deudas a pagar, se lo aclaró yo inmediatamente.
Paúl e Isabela habían vuelto para visitar la casa. El día siguiente tenían que firmar los documentos de compra-venta.
‒ Isabela, tenemos que hablar con los vecinos también y ver cuál es la situación. Con la única vecina que hemos visto no se puede hablar. Y los propietarios nos aconsejaron no hablar con ella. Vamos a ver lo que hay de las otras personas. Ya que cada vez que hemos pasado por aquí, no hemos visto a nadie, excepto a la extraña vecina que vive arriba. ¿No te parece extraño? dijo Paúl.
Entraron por la puerta principal, en la parte que da hacia la calle. Subieron las escaleras hasta el primer piso y apareció una puerta de metal recién instalada. Una puerta idéntica con la del apartamento que les había presentado el agente inmobiliario. Trozos de películas azules que la envolvía para el transporte, aún se observaban sobre la superficie de la puerta, tal como en la otra. Golpearon a la puerta, llamaron, pero nadie les contestó. ¡En la planta, estupor! ¡Una puerta idéntica! Llamaron, golpearon a la puerta. Otra vez, ningún resultado. Paúl e Isabela eran tanto sorprendidos, que no dijeron ninguna palabra. Ni siquiera sus propias opiniones, tal como siempre procedían. Quizá porque deseaban tanto una casa suya... Y hasta ahora sólo habían encontrado estafadores. La madre de Paúl había intentado comprarle un estudio, en Bucarest, desde que él era un estudiante. Y había fracasado. Había encontrado ya sea personas privadas, ya sean agencias que sólo querían estafarla. \"¿Me pregunto cómo logran algunos comprarse realmente una casa o un apartamento?\" pensaba Paúl. \"Probablemente te la tienen que vender personas conocidas o conocer personas serias que trabajen en las agencias inmobiliarias.\", pensó él. En realidad, algunos han conseguido hacer transacciones. ¡Pero cuántos son aquellos que han sido engañados! Un compañero más viejo, de la Universidad, le dijo que una ex compañera, casada con un empleado de una televisión, había sido engañada y ya no podía resolver nada. Incluso su vecina, directora de un colegio, había sido estafada. Había comprado un apartamento en un complejo residencial y había pagado una gran cantidad de dinero.
Cuando vio que no existía ninguna posibilidad de mudarse en el apartamento, quiso resolver el problema en el juicio. Pero todos los trámites resultaron ser inútiles, porque el contrato era tan bien redactado por los abogados de la empresa que vendía la propiedad, que ellos, según las cláusulas de los documentos, no estaban obligados a devolver nada, aunque habían cobrado el dinero por el apartamento. Paúl e Isabela habían dejado de pensar que, algún día, se podrían comprar su propio apartamento. Y que aquí, sin embargo, y ahora, parece que apareció la oportunidad de una transacción exitosa. Paúl buscó nuevamente anuncios inmobiliarios, obligado por la situación existente en la residencia donde vivían, y donde había empezado la renovación completa. Los asistentes y los lectores universitarios jóvenes, de la provincia, estaban alojados en las mismas residencias con los estudiantes. Estaban contentos, ya que pagaban menos de lo que tendrían que gastar en los alquileres normales y además, tenían la posibilidad de sentirse aún estudiantes. Ahora, sin embargo, tenían que encontrar urgentemente un lugar dónde mudarse. Desde la aparición de la crisis financiera, todas las residencias de estudiantes en las universidades e institutos, habían recibido enormes fondos para la renovación. Y todas, por supuesto, habían sido cerradas. \"Así que esta oportunidad\", pensó Paúl, \"aparecía en el momento adecuado.\" Isabela y Paúl bajaron y luego caminaron hasta el segundo cuerpo, donde se encontraba su apartamento.
‒ Vamos a intentar en los edificios vecinos, dijo Paúl. Ambos salieron a la calle y vieron la escuela de la vecindad del inmueble.
‒ ¿Intentamos aquí? -preguntó Paúl. Y ambos se dirigieron hacia la entrada. En la puerta estaban dos mujeres, de mediana edad.
‒ Si no sería mucha molestia, ¿conocen la situación del inmueble vecino? –preguntó educadamente Isabela. Queremos comprar un apartamento en la parte trasera del edificio. Hemos pagado ya el anticipo, dijo Isabela alegremente, sin poder ocultar su alegría.
‒ Yo trabajo desde hace muchos años en esta escuela, le dijo una de las mujeres. La propiedad estuvo en disputa y fue ganada en los tribunales por un anciano que al parecer era el anterior propietario. La inquilina abrió proceso también, pero se sabe que perdió. El viejo tenía dos hijas. La primera chica tomó la parte delantera de la casa. La otra no sé qué ha hecho. Lo que sí sé es que no es nada correcto, es que el anciano vive y ellas lo declararon muerto, para hacer registrar los documentos a sus nombres. En realidad, sobre un apartamento de la casa, creo que el de la parte trasera, existe usufructo. Al viejo lo han ingresado en una residencia de ancianos cerca de Bucarest. Paúl e Isabela pensaron de inmediato que se trataba de su apartamento.
‒ ¡Sobre el nuestro se hizo usufructo! -dijeron ellos a la vez.
‒ Dígame, por favor, ¿es el propietario el que se le haya sido nacionalizada la casa? preguntó curiosa Isabela.
‒ ¡Oh, no! -le contestó la mujer mayor. ¡El propietario ha sido un gran agente de Securitate2 en su vida! Cuando los comunistas tomaron el poder, su nivel de estudios era solamente el cuarto de primaria. Era un sencillo carpintero. Pero el régimen necesita gente como él. El hombre les ayudó a sancionar los \"enemigos del proletariado\". Como recompensa, fue nombrado, rápidamente, coronel. Por sus servicios recibió esta casa, después de ser nacionalizada. ¡No todo el mundo recibía una casa tan grande! Acerca de su verdadero propietario nadie sabe nada. Más que probablemente murió...
‒ ¿Pero, tuvo hijos? Quizá reivindican ellos la casa, preguntó Paúl.
‒ Eh... Sobre ellos, se trata de una vieja historia. El propietario tenía un hijo al que quería mucho. Cuando estaba en la universidad el joven se enamoró de una compañera de clase, la hija de un sacerdote y quería casarse con ella. ¡Los padres, sin embargo, se opusieron con vehemencia! Decían que tenía que elegir a una chica proletaria, si quería tener el futuro asegurado. De este modo, quizás, conseguían salvar la casa. Las hijas de obreros y campesinos estaban matriculadas en la Universidad inmediatamente. Incluso sin tener el título de bachiller. A cambio, estudiaban en la Universidad de los Trabajadores. La hija del sacerdote, en vano era inteligente y estudiosa. Para aquellos como ella existían muy pocas plazas en la facultad. ¡Había diez concursantes para una plaza! Y aunque finalizaba la carrera, aun así lo hubiera llevado muy duro. El joven, en cambio, no ha escuchado. Amaba demasiado a Alina. Se casaron sin esperar el consentimiento de los padres. Y entonces, en la
2 Oficialmente El Departamento de Seguridad del Estado, la versión local de la NKVD soviético, fue la policía secreta que operó durante el régimen comunista en Rumanía. (N. del T.)
primera noche, después de decirles a los padres sobre el matrimonio, sucedió algo terrible. Por la noche, mientras los jóvenes enamorados dormían, fueron asesinados durante el sueño, con muchos golpes de martillo... Desde entonces, la gente dice que la casa está embrujada. Se oyen siempre gritos horripilantes, desesperados en la noche...
‒ ¡Qué tragedia! -se mostraron asombrados Paúl e Isabela. ¡Muchas gracias por las informaciones!, dijeron a la vez los dos jóvenes.
\"¡Qué extraño!\" -pensó Paúl. ¿Por qué esa historia fue un shock para él? Tan chocante que parece haberlo sacado de una amnesia. ¿Por qué tiene la sensación de que lo que se le había contado conocía desde hace tiempo? ¿Quizás porque a él también le había sucedido lo mismo? Los padres se opusieron al matrimonio con Isabela. Querían como nuera a la hija de un agente de Securitate, vecino de la comunidad. Pero no era tan hermosa e inteligente como Isabela. Además, en esa época, antes de 1989, la hija del agente no había estudiado nada más después del 2º de ESO. La mente no le ayuda a aprender. Y tampoco tenía alguna posibilidad de ir a la escuela otra vez. Después de la revolución, sin embargo, el agente hizo los trámites necesarios para que su hija siguiera los cursos nocturnos, incluso le consiguió el diploma de facultad, una particular, abierta en un estudio, por una de las personas con la cual colaboraba en la Securitate. Después, con dinero, su hija fue contratada de inmediato en la Fiscalía.
Paúl pensó que tal vez con las relaciones del hombre de la Securitate no lo tendría tan mal ahora en la Universidad. El actual jefe de departamento era nombrado, de un simple trabajador, profesor universitario por los comunistas. Cuando él era estudiante, este era el peor profesor en la Universidad. Tenía, en cambio, actividad intensa como soplón de la Policía Secreta. Y como consecuencia, ahora sólo él había quedado entre los viejos. Los mejores desde el punto de vista profesional se han ido a otros lugares mejores - o han emigrado al extranjero o han muerto, por vejez... El jefe de departamento contrató, en la universidad, a su hija, su yerno, a sus dos hijos y a la esposa. El hijo mayor, Andrei, fue compañero de Paúl. Estaba entre los últimos del año. Apenas aprobaba los exámenes en la sesión excepcional. Pero como Andrei tenía como jefe a su propio padre, claro que pasó rápidamente, sin esfuerzo, al puesto de profesor asociado...
Paúl creía que su amigo Mihai se encontraba en una situación mejor, puesto que estaba en otro departamento. Y porque su jefe de departamento no había contratado a su familia en la Universidad. Pero Mihai le explicó, que no se encontraba mejor que él. El señor profesor, jefe del departamento tenía otros puntos débiles. Había traído a sus amantes, a quienes promovió en diversos cargos. A Mihai, por haber sido el mejor estudiante, ni siquiera lo soportaba. Paúl lo preguntó una vez, curiosamente, si los amantes estaban solos. ¡Y se encontró algo sorprendente! ¡Todos estaban casados, tenían niños, así como el profesor, fingían! Para que nadie sospechara nada. Y, sin embargo, muchos saben la verdad...
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz melodiosa de Isabela.
‒ ¿Qué es el usufructo? -le preguntó ella.
‒ Vamos a preguntarle a la señora Notario, ya que nosotros la encontramos, dijo Paúl.
‒ ¡Preguntémosle por teléfono! -dijo Isabela.
‒ Pero primero hablemos con el agente inmobiliario. Luego, iremos al Ayuntamiento de sector para ver si está registrada la defunción del viejo.
Paúl cogió el teléfono móvil y marcó un número.
‒ Buenos días, somos la pareja con casa en venta. Nos hemos enterado de que el antiguo propietario no está muerto. Vamos al Ayuntamiento a comprobarlo.
‒ ¡Sí, está vivo! ¡Pero les aconsejo no ir tras la pista! -les dijo, con la voz amenazante, el agente inmobiliario. ¡Si comprueban algo más, tendrán problemas con nosotros!
¡Hablaremos mañana al Notario, cuando nos encontremos! Y colgó nerviosamente el teléfono. Paúl se quedó asombrado.
‒ Hablemos con la señora Notario también, le animó Isabela.
‒ Hola señora, somos los que quieren comprar el apartamento de la casa, tenemos cita para mañana. Nos hemos enterado de que existe usufructo sobre la propiedad. ¿Qué quiere decir esto? El primer propietario todavía vive, aunque fue declarado muerto por las hijas.
‒ Si existe usufructo, el contrato de compraventa no tiene ningún valor. Pero creo que el viejo está muerto. Y si no es así, si ellos tienen actas de defunción, entonces ¿qué importa? ¡La gente es muy influyente, con muchas propiedades, se saben arreglar todo! Quedamos para mañana, para poner fin a los papeles, les dijo la mujer como si les ordenara. ¡No acepto que renuncien bajo ninguna circunstancia! ¿Pero quién se les dijo?
‒ ¡El agente inmobiliario en persona! -dijo Isabela.
‒ Creo que, en este momento, la señora Notario llama al agente inmobiliario y le dice que sabemos que el viejo vive y le enseña a mentir. Que no reconozca más que vive, dijo Paúl.
Paúl e Isabela volvieron al apartamento. Habían traído parte de sus cosas, ya que los propietarios les habían dicho que se podían mudar en la casa. Habían pagado ya el anticipo. Y como estaban presionados por el hecho de que en la residencia habían empezado las reformas, no se quedaron mucho tiempo a pensar. Y Paúl, esa noche tuvo una idea loca...
‒ ¡Vamos a pasar la noche aquí! Tenemos las tumbonas y otras cosas que hemos traído. ¡Qué bueno que el hijo de la señora nos dejó traerlas! ¡Estoy un poco cansado después el día de hoy! ¡He tenido un día difícil en la universidad! ¿Qué dices? -propuso Paúl.
‒ Vale, si es lo que quieres, aceptó Isabela. Al menos veremos lo que compramos. Pero, ¿estará en orden? Espere, vamos a ver lo que dice el contrato previo. ¿Cómo se llamaba la persona a la que el viejo vendió por prima vez el apartamento? ¡He aquí el nombre de su esposa, Madelene! No decía la señora de la escuela que una de las hijas se llamaba Mady? ¡Vendió el apartamento al yerno! -dijo Isabela.
‒ A ver quién redactó el acto de compraventa. Seguramente estará muerto, dijo Paúl. Y abrió el portátil para averiguarlo.
‒ ¡Sí, el Notario está muerto! ¿Y el siguiente acto? No estará muerto también el segundo Notario, el que concluyó la venta entre el yerno y la señora morena, exclamó el exaltado.
Continuó buscando febrilmente en Internet.
‒ El segundo, seguramente está muerto también, le dijo Isabela. Está muy claro. Los actos no están en orden.
‒ ¡Isabela, el segundo, también, esta muerto! ¡Es una mujer Notario, en realidad! - exclamó, en voz alta, Paúl.
‒ Otra vez hemos chocado con una estafa, dijo Isabela decepcionada. Mañana temprano recogemos las cosas de aquí. ¡Y anulamos la venta! Llamaré ahora mismo al camionero que nos ayudó a traer las cosas.
Se quedaron dormidos, rápidamente, angustiados, después del día difícil que habían tenido. A la una de la noche, fueron despertados por unos gritos espeluznantes. Isabela empezó a temblar.
‒ Tranquila, estás conmigo, le dijo Paúl. Pero el también había sentido escalofríos por todo el cuerpo. Sus ojos buscaron, rápidamente, al martillo que habían visto arrojado, cuando visitaron por primera vez la casa, como si hubiera sido una solución...
‒ ¿Qué será? -preguntó, en un susurro, asustada, Isabela.
‒ Tal vez vive alguna loca en el edificio de enfrente, la calmó Paúl.
Pero los gritos se escuchaban más fuertes, más espeluznantes. El cuento con las fantasmas no se lo habían creído en absoluto, pero ahora... ¡Tal vez vive alguien en el ático! Allí donde había una puerta de metal nueva, igual que la nuestra, e igual que todas de la casa.
‒ Pero la horrible historia... susurró Isabela, temblando de miedo.
‒ Eh, ¿tú sigues creyendo en los cuentos de hadas? -trató de sonreír Paúl. Pero su sonrisa se vio forzada, limitada por el miedo.
Por la mañana, a las diez, suena el teléfono.
‒ ¡Soy yo, María! Perdone, ¿sabes algo de Isabela? No la encuentro desde anoche, ni a ella, ni a Paúl. Estuve esta mañana en su casa y no me respondieron. ¡Ni siquiera al teléfono contestan! ¡Ninguno de ellos! -dijo preocupada la mujer.
María era la madre de Isabela, médico, como su hija.
‒ ¡Tengo entendido que se quedaron en el apartamento de la casa que querían comprar!
Me llamó Isabela anoche, respondí.
‒ Vale, pero ¿por qué no contestan el teléfono ahora? -preguntó la mujer.
‒ ¡No lo sé, sigue intentándolo! ¡Lo intentaré yo también! -le dije.
‒ ¿Tienes, sin embargo, un poco de tiempo? -me preguntó desesperada María
‒ Tengo clases con los estudiantes a los 11, le respondí.
‒ ¡Por favor, ven conmigo al apartamento! -me pidió ella.
‒ De acuerdo, acepté yo.
Una hora después estábamos en el callejón. La extraña casa me parecía un lugar imposible de definir geométricamente, en coordenadas x, z, y accesible sólo mediante la introducción de un código secreto que sólo algunos lo conocen. Y las extrañas puertas metálicas, idénticas... Sin embargo, pronto, apareció la fachada de la casa. María me estaba esperando en la entrada. Entramos en el pequeño patio y abrimos la puerta del cuerpo interior del edificio. Subíamos la escalera helicoidal hasta el primer piso y apareció la puerta de metal, recién montada, sobre la cual aún permanecían colgados trozos transparentes de hojas azules. Dimos golpes en la puerta, llamamos y... silencio. Entonces, María colocó la mano en el pomo de la puerta y la puerta se abrió ligeramente. Un martillo bañado en un líquido rojo como la sangre estaba arrojado en el camino. En el sofá Paúl e Isabela estaban sumergidos en el dulce sueño de la inmensidad. Sobre las sábanas blancas, parecía como si alguien había arrojado pétalos de amapolas rojas como el fuego. Parecían pintados por alguien en un color intenso, como la púrpura, rojo como la sangre...
María se desmayó frente a mí. Cogí el teléfono y llamé.
Un siseo largo, desgarrador, como una endecha desesperada, penetra profundamente en nosotros que estábamos en las alas del bulevar del centro de Bucarest. Cada partícula del cuerpo se estremece y sientes como los escalofríos pasan sucesivamente por cada centímetro de la columna vertebral. Si eras feliz, tranquilo, soñador, todo se hizo añicos en un segundo...