Hay una sombra, una sombra que camina sobre mí, que se aleja y se acerca tanto como la posible luz lo permita hasta dejar mis ojos cegados o aturdidos. Una sombra que resiste la lluvia, que no cede ante el implacable viento, una sombra que subleva la luz y la oscuridad y que no fallece ante el calor y el frio, una sombra de noches vacilantes, una sombra en busca de un camino.
Hay una sombra que despertó a mis espaldas y vacila verme, intranquila, desvelada, buscando rostros intangibles, buscando los ojos que nunca alcanza.
Hay una sombra que corre, que salta los muros y las vallas y en los techos marchita su nostalgia, o la algarabía cruzando las calles, sucumbida en llanto derrotada, las sombras que vienen, se cruzan y hablan y en el rincón se pierden cuando quieren.
No hay miedo que detenga su andar, hay sombras que gritan, sombras sobre el mar, sombras que suscitan de la nada, que emergen del silencio y del andar, hay sombras que sonríen y que callan y tras otras sombras esconden sus alas.
Hay sombras imponentes que desafían la luz y la oscuridad, que vuelan, que nadan, que cubren el horizonte, y aceleran el latir de las hojas, de los corazones, de las gotas de lluvia y de los soplos que el viento derrama en su noble riqueza. Algunas como espías persiguen sueños y colores, buscando siempre la formas que convergen, dibujando el mundo a su andar.
Hay sombras que se camuflan en la celeridad, como queriendo escapar de la noche, y encontrar la luz para respirar, una fuga sutil que confunde las visiones y acelera el tiempo. Hay pedazos de vida y muerte entre las sombras, ocultas y atrevidas.
Todas las sombras se ríen de su magia, de los cuerpos de forma y deformes, de la luz que las hace encontrarse, envueltas en rayos y cortinas y líneas que van guiando el mundo, el mundo que les pertenece, las sombras son suspiros de luz que nacen de la oscura boca de la suerte.