El lobo
Bajo la luna va, cruza ciudades
con libros, con relojes, con espejos,
esquiva leñadores y conejos,
le basta un plato fiel de dos verdades.
Y atisba un horizonte sin edades,
sin lágrimas, sin hiel, sin más reflejos
que las del propio rostro en los bermejos
recintos de su paz y sus crueldades.
Y aúlla, llora, muerde soledades,
cruza corriendo templos y, ya lejos,
se mira cavilar sin ansiedades.
Y el lobo bajo el sol va sin cortejos,
sin ruido sin maldad sin voluntades
más que en un mismo amor volvernos viejos.
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