Stephie Martinez

Cómo orbitar sin ser planeta


Amanece y se proyecta en las frías paredes un cálido ámbar que nos cede el paso
y estira cada extremidad nuestra con el propósito de antojarnos grandes,
pero siempre recurrimos a nuestra naturaleza de ovillos
antagónicos a esa luz que nos vuelve
demasiado despiertos
demasiado rutinarios
demasiado cansados

Clarece el día y tú comienzas a orbitarme como todo aquello que nace y busca amparo,
indefenso y al mismo tiempo tan silvestre y lleno de vida,
trazando con brisas circundantes cada ángulo mío carente de sueños;
entonces dejo de ser desierto y me encuentro radioactiva

Alborece y se ausenta la miel de la luna,
ahora presente en otro hemisferio y reflejada en las tinieblas de lagos sin cisnes,
ahora sin un Debussy al piano que le componga una oda a su claro,
ahora menguante, agazapada y convirtiendo en polvo cósmico todo lo que llora

Resplandece y no veo la hora
de que oscurezca;
no obstante, tú sales en busca de que esa bola de fuego te impregne,
corriendo con un libro entre tus manos
aún sabiendo que en ti ya no cabe más universo,
aún consciente de que un satélite vela por tu piel,
aún obviando que de tus proezas nadie saldrá ileso

Y yo te observo en cuarto creciente desde la lejanía,
aún con legañas y pesadillas en los ojos,
y me pregunto
cómo puedes ser tan terrestre
y a la vez
tan cuerpo celeste