Me encuentro en la tarde de una vida y sus augurios.
De espesos pensamientos se llenan los cielos.
Los refugios de todos ya gotean molestia y miedo.
Raíces muertas convertidas en estacas
donde manos marchitas se aferran secas
en vez de florecer.
La tormenta de siempre amenaza estridente
y los adultos solemnes se aterran y plañen.
Pero mira en el alma de los niños
que pasan de esas máscaras y aplauden.
No se cansan sus brazos con raíces necias.
Sus ojos están limpios de siniestros.
Y son flores que viven sin urgencia.
No puedo explicar por qué perdimos la inocencia ,
por que elegimos cerrar el puño sobre la podedumbre de estúpidas prudencias
y estúpidas creencias,
más puedo señalar que por desear salvarnos de toda tempestad
fabricamos una cárcel de temores y tumores,
eso bien lo sabemos.
Ya no.
Ya no espero salvarme del torrente de la vida.
Prefiero caminar la tarde con todos sus abruptos.
Recuperar los dedos,
bailar las manos,
y lanzarlas alegre al velo misterioso de la noche,
oscura
más carente de augurios.
Una noche nítida
que ciertamente, aquí o allá,
sin importar aquello que hemos hecho,
nos ha de reclamar la vida.