Como cada noche el frío letal del invierno y la soledad avanzan por la penumbra y me hacen ver esa ventana con una luz y una sombra que a veces la atraviesa, ahora, hay una planta que se ve desde la calle, antes no estaba, antes estaba vacío, con un frío que penetraba el aire, que se transformaba en la oscura daga del silencio, en un caos silente que oculta una Venus sin calma... Cada noche paso debajo de ese balcón y la luz está encendida, y ahora hay una planta, y a veces pasa esa sombra silenciosa, pero no asoma su tez, prefiere permanecer anónima bajo su luz y con su planta, a veces quiero entrar y no me atrevo a cruzar el umbral de ese misterio, una vez pude hacer sonar el timbre, pero antes de recibir respuesta alguna corrí a escudarme en mi silencio, en mi sufrimiento, pues sólo yo sé qué ocurre en esa habitación, con esa sombra y esa triste planta... Antes, mucho antes del antes mencionado, hace años, en esa habitación no había plantas, pero si había sombras, más de una, dos, dos sombras enamoradas que danzaban bajo la misma luz que hoy se enciende entre las ocho y las nueve y media, por la noche. Aquellas sombras bajo esta luz se amaban, se fundían y se convertían en una sola sombra, y la luz permanecía encendida durante toda la noche, durante todo el día, durante todo el tiempo que duraba el amor, durante todo el tiempo, hasta que estas dos sombras, o esta única sombra se dividía, y uno partía dejando al otro en la soledad de la habitación, pero no estaba solo él, ni estaba sola ella, cuando solos se quedaban allí, estaba viva la esperanza de encontrarse horas más tarde y volver a ser uno, o dos, o uno compuesto por dos... En aquellos tiempos la vida del mundo que los rodeaba era efímera, sólo existía para estas dos sombras el uno, y el otro, no existía el día ni la noche, era solamente una luz, la de la lámpara que colgaba del techo; y el tiempo, que en las ardientes agujas de un viejo reloj, marcaba la hora en la pared, parecía no pasar, o parecía estar pasando, pero lento, muy lento, como una abstracción, eso eran ellos, una abstracción de mundos, una paradoja casi increíble, el momento en que el pensamiento se anula, se confunde, y sólo se vive para pensar en una sola cosa, en la otra sombra que danzaba aferrada a la propia, bajo la luz y sin la planta que hoy asoma sus hojas entre las ocho y las nueve y media, por la noche... Como todas las historias de amor, o de pasión, llegan a su fin, esta historia de antes, mucho antes, también llegó a un final, porque aquellas dos sombras enamoradas, aquellos dos ángeles terrenales, pensaron, volvieron del éxtasis, y se perdieron en el mismo momento en que sus pies y sus mentes hicieron tierra y bajaron a este mundo, y dieron vuelta sus caras para ver lo que los rodeaba, y se dieron cuenta de que su mundo era esa habitación, esa luz, ese reloj detenido en el aire, pues allí no se hablaba de dinero, de lujos, de lujuria, ni de odios, sólo se hablaba de amor, ni siquiera hablaban de pasión porque los invadía el temor de la fugacidad de esa palabra. Pero un día en esta tierra en que vivimos los hombres, hablaron de algo terrible, efímero, vano, y descubrieron que no pertenecían al mismo mundo y la sombra ella le dijo a la sombra él que podía ayudarlo a cambiar de mundo y a internarse en el de ella, así como lo hacían bajo aquella luz, pero la sombra él dijo no, no, no, no quería cambiar su mundo, quería compartir ese mundo con ella, quería que las diferencias se hicieran pareceres, quería amar más allá de los tiempos, quería estar por siempre a su lado, como es, o debería ser, y ambos prometieron, hicieron dos promesas: la una fue que jamás se iban a separar, y la otra fue en caso de que la primera no funcionara o no se cumpliera, pero esa, me la guardo para mí... El paso del tiempo se hizo terrible, pero el amor y las promesas seguían intactos, bajo esa luz, frente al reloj. Luego, jamás volvieron a prometer, pues ambas sombras sabían el valor de una promesa cuando se hace por amor, y la primera los mantuvo juntos mucho tiempo, y la segunda jamás tendrían que cumplirla. Pero no todo es tan fácil en la vida, no todo puede ser como uno quiere, no todas las promesas se cumplen, y la sombra él, no cumplió la primera, y un día, luego de una terrible noche de dolor, de gritos, de sufrimientos, de “no te vayas”, de “no podría”, de “adiós”, de adiós al amor, de adiós a la luz, de adiós al reloj, de adiós a la sombra ella, abandonó furtivamente la habitación prometiendo no volver más allí, pero no era del todo malo, y es a él a quien me refiero, porque para cortar el sufrimiento que crecía en la penumbra de esa luz gastada, prefirió abandonar el nido, como las golondrinas lo abandonan al llegar el invierno, porque todo comienza a helarse, allí, en esa habitación el amor se estaba helando, y esa sombra doliente que abandonó un día a la sombra que más amaba volvió a prometer, le prometió a Dios que no volvería, a menos que su amor fuera verdadero, a menos que pudiera volver a fundirse con su amada en una fugaz sombra enamorada por toda la eternidad... La sombra ella, por todos los medios intentó que regresara, pero él desapareció, en un principio, del universo, no existió teléfono al que llamar, dirección a la que arribar, no existió mundo en donde encontrarlo, y ella sufrió, y sufrió, y cayó en la gran depresión del recuerdo de aquel amor que soñaba ser eterno y jamás morir, como murió... Pero ahora la sombra él regresó, no a la habitación, con la luz, la sombra, el reloj y la planta, regresó a la ciudad, y la sombra ella, ahora más sombra que nunca, sabe que él está aquí, y que siempre entre las ocho y las nueve y media, por la noche, pasa bajo el balcón donde aún habita ella, y cada noche, en el largo y frío trayecto hacia su hogar, él gira su frente a ese balcón y ve la luz, y veo la planta, y veo la sombra algunas veces, paseándose, danzando sola frente al reloj que aún no puedo ver, y cada noche intento entrar en ese lugar, es sólo un instante, es atravesar la primera puerta, ya lo hice, es subir las frías escaleras, ya lo hice, es abrir la puerta y ver sus ojos, no lo puedo hacer, y luego despierto, y luego sueño en esa condición, y sé que está ahí, bajo la luz, sola, sin mi, sin su amada sombra, sin mi corazón que le brinde calor, pero con sus pesares, que no son los míos, con sus desvelo, con su amor desvanecido entre las sombras, entre las ocho y las nueve y media, por la noche, hora en que me fui y la dejé con su propia sombra y su soledad... Así podría yo pasar la vida sin que importe, sufriendo pero habituado, y este podría ser el fin de la triste historia y nada más, la historia de dos sombras que un día se amaron, pero hoy, esta sombra ha salido a buscar otra luz, otros ojos, otra sombra a quien aferrarse, con quien fundirse, a quien amar, pero fue inútil, pues no olvida a aquella sombra ella... Esta luz me estaba castigando, pero sólo hasta el día en que atravesé la puerta, subí las escaleras, abrí la terrible puerta de la habitación y me encontré con la oscuridad, y no con mi sombra, ni con la de ella, faltaba un minuto para las ocho, por la noche, pude imaginar nuevamente, como mil veces antes, aquel lugar, permanecí sentado abrazando mis piernas en un rincón, temeroso de no encontrar a nadie, temeroso de no saber que hacer, ni que decir, y no supe, pues allí estaba el reloj marcando las ocho, por la noche, y allí estaba la luz, la misma luz, la misma lámpara colgando del techo, y allí, ahora, había una planta cerca de la ventana, y estaba ella, como flotando en el aire bajo la lámpara que acababa de encender, miró el reloj y dijo: “ es la hora, mi sombra amada pasará por la calle, levantará la mirada, y luego se desvanecerá en el aire, como aquel día a las ocho”, después comenzó a danzar bajo la luz, comenzó a llorar bajo la luz, y yo comencé a desvanecerme, comencé a morir en llanto, comencé a sufrir lo que ella sufría y a juntar las lágrimas que ella dejaba que golpearan el piso con estruendo, con un sonido que pretendía enloquecerme, y ya no sabía si eran mis lágrimas o las suyas, si yo sufría o si era ella, ya no sabía quién era en esta historia, intenté mantener la cordura, pero el dolor era ruidoso y caótico, como la noche en que partí, mi corazón se estremecía y ella lloraba aún más, luego de unos instantes, el dolor se detuvo, y ella también, allí estaba yo, en un rincón, y en el centro la sombra que durante días había percibido por una ventana desde lejos, allí estaba vestida de blanco, era la más blanca de las sombras, era el amor que abandoné un día sin arrepentimientos, pero con dolor, luego, miró hacia la ventana, se acercó a la planta, la tomó entre sus brazos diciendo: “esto, amor, es para que sepas que aún hay vida en este lugar”, dejó la planta en el balcón y entonces, en el verde oscuro de sus hojas vi. un contraste rojo sangre, y luego vi un gota que caía sobre la misma hoja, en el mismo punto exacto, y otra más, y otra más, y otra, y comprendí que emanaban de sus manos, de su interior, de su cuerpo flagelado, esas terribles gotas contrastaban con el blanco de sus ropas y ennegrecían la pureza de la planta, de la ropa, de sus manos, de su alma, entonces comprendí que yo cobardemente quebré las dos promesas, la una, y la otra, y ella las cumplió al pié de la letra, y moría frente a mí, frente a mi corazón ausente, y yo nada podía hacer para salvarla, no podía ni siquiera tomarla entre mis brazos, porque como bien he dicho antes, ella es una sombra, una sombra en una fría habitación, bajo una luz, con una planta que desangra su dolor, siempre, entre las ocho y las nueve y media, por la noche...