Cinco lustros de tu rostro que es olvido.
Ángel del dolor que nunca retornaste.
Efigie de un suplicio languidecido.
Ojitos radiantes de ilusión azul.
Cinco lustros de ambigüedad descarada.
Muchos años, demasiados, han pasado
de la mortuoria beldad de tu mirada
que no se puede ni se debe olvidar.
Mochila rosa y dorada cabellera,
fue aquel primero de enero del noventa.
Fuiste frágil pétalo de primavera
de flor primorosa que nunca brotó.
Un demonio tan cercano y tan lejano
marchó hacia ti en su locura sigilosa.
Desde aquella ardiente tarde de verano
no has podido descansar en paz.
Bochorno y espanto, desidia y pueblada.
Desbando de furia, promesas vacías.
Coartada incólume y verdad silenciada
barajada por los hilos del poder.
Marchas y contramarchas, herida abierta.
Símbolo de una realidad desgarrante
que es elegía de una esperanza muerta.
Jurisprudencia grotesca y mendaz.
Vaya Dios a saber cómo hoy serías…
Quisiera soñarte cual mujer vibrante
y no con tu cuerpito junto a las vías,
ultrajado entre una cruz de pastizal.
Nair Mostafá, martirio de dos puntas.
Verdugo ignoto, nulidad descarada.
Ya no existen objeciones ni preguntas
bajo un cielo gris de indolencia brutal.
Tu sangre aún clama a gritos por justicia
desde el padrón de expedientes polvorientos.
Pista que borró el tiempo y la impericia.
Eterno retorno de la impunidad.
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Autor: Martín Cristóbal - Derechos reservados.