Rápido va el tiempo, pasmando
el nacer/ de las mañanas tibias,
cubriendo con nieve las caricias
y las cabelleras/ de blanco pintando.
Con bordón en mano teje escarchas,
en el delantal de la luna/
que tímida mira la cuna,
de la triste noche/ de blancas manchas.
Gélidas lágrimas visten las ramas,
las aves sollozan albas efímeras/
tardes que esgriman, feroces ventiscas
y desangran la vida/ con dagas mortíferas.
Cortinas inmensas –blanquecinas-
cubren el verdor de los cielos
y de los arboles, caen pálidos velos/
que cortan el vuelo de golondrinas.
¡Ay señor! jorobado y viejo,
porque no apresura, ese paso lento
y acelera este frio y cruel sufrimiento/
¡venga mire su rostro en el espejo!
¡Mire como tiritan las estrellas!
mire las montañas, cano lucen sus cabellos
-dígame- no tiene compasión por ellos
¿dejará que el universo pierda su belleza?
Ya está cansado; dele paso a la señora primavera,
¡que no ve que es joven y muy bella!
-vamos- vuelva a su morada/ deje que ella
muestre al mundo… la dicha verdadera.
¡Oiga las hojas! lloran; el cristal las corta,
la espesa nieve les cubre la boca/
escucha la voz del verdugo que provoca,
el fatal sepulcro de la esperanza rota.