Nace pequeñito, casi, como por probar.
Los primeros pasos los esparce entre peñascos próximos al lugar donde se asomó a la luz.
Sus primeros sonidos se asemejan a la respiración del bebé que duerme en la cuna. Acompaña al silencio y al rumor.
Se agranda a fuerza de abrirse a sus afluentes y sigue en busca de huertas sedientas a las que fecundar. A veces soporta la ignominia de aquellos que con su desprecio casi asfixian sus pulmones y enturbian el espejo. Mas él continúa fijo en su empeño de ser útil en vegas y prados esperando que otras aguas vengan a reparar el indigno ataque que sufrió.
No desea inspirar emociones de posesión sino la sensibilidad por lo bello. Hallar ojos hipnotizados por la bravura de la cascada o la placidez del lago. Encontrar sonrisas que sustituyan a la mueca, y pies que sepan pararse a contemplarlo.
En su ánimo está no convertirse en motivo de rencillas. Sólo desea ser caudal de vida para todos por igual. Su dialecto es el mismo, allá por donde discurra la corriente.
Siente la necesidad de que sus aguas aprovechen para mitigar la sed de tierras y personas sin distinción. No quiere ser de nadie sino de todos ¡preguntadle! Él os lo dirá.
Finalmente, completado su camino, busca llegar al mar, volverse azul y perderse en un horizonte ilimitado.
Viento de Levante