Nada ni nadie mitiga este dolor por haber nacido con la marca del mendigo, suerte a la suerte, gloria a la gloria, es la gracia de no verte.
Surrealista suena la sonrisa del chacal, que abre el espanto de una agonía de flor marchita, flor de luto que llora la nostalgia de no estar en su jardín de su edén.
Se levanta la aguja, y cesa el llanto de las noches malditas, que estrujan una osamenta lánguida y fría; escombro vivo de lo que fue una lenta agonía.
En una corona de negras hadas danzan las ánimas de los recuerdos; porque a tu cruz la besan blancas almas de perdón a lo lejos.
Querida quietud que estás ausente, muy lejana de los arrepentimientos.
¡Escucha!
Cómo berrea un corazón cuando se hunde en las brazas del infierno, de aquel amor que fuese su más grande tormento.
Frente al espejo, la soledad goza de tenerme sólo para ella, y cada vez es más negra la noche, se siente inmensa y vacía sin esa estrella mía.
Oh, caricia de amor que estás en el viento, vuelve a mí, que perdida estás en las noches del firmamento, larva de ultraje que se alimenta de depresión al morir todo sentimiento.
¡Qué pura te veía en el ayer con tu velo de inocencia!
¡Qué cruda realidad hoy que nublaba mi conciencia!
Mi pensamiento dice que el corazón en tus manos se vuelve carne para asar, en las brazas de lo que es tu dulce infierno, porque amar jamás va a ser tu gracia, ya que para ti no es nada ese bello sentimiento.
Marc Téllez González.
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