Del nacimiento de Beatriz poco se sabe, sólo se comenta que su madre, la dejó al cuido de su abuela y nunca más se supo de ella.
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Beatriz no sabía el día exacto de su cumpleaños, siempre soñó con una fiesta de torta y piñata para celebrar otro nuevo año, como las tenían el resto de los niños que vivían cerca de su humilde casita.
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Nunca hubo para ella helados, ni panes dulces ni qué decir de los chocolates que tanto le fascinaban cuando pasaba por las confiterías y olfateaba esos ricos olores.
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Cuentan que Beatriz siempre andaba por las calles descalza, y por ello su abuelita la regañaba para que se pusiera sus zapatitos negros, pero ella tenía miedo que de tanto usarlos se le fueran a romper, y no quería llevarlos rotos para la escuela.
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Beatriz pasaba gran parte de las tardes en un columpio que un vecino le había construido debajo de un árbol en el patio de la casa de la abuela. Allí pasaba horas enteras y se divertía arrancando flores y deshojando sus pétalos, pero no con la frase de “¿me quiere? no me quiere”, no, ella usaba la frase: “¿vendrá? no vendrá” refiriéndose a su madre a la cual esperaba todos los días. Nunca perdía las esperanzas que un día cualquiera, apareciera en la casa para abrazarla y besarla sin siquiera preguntarle dónde andaba ni por qué había tardado tanto en llegar.
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Un día Beatriz soñó que estaba en su columpio como de costumbre y de pronto el árbol del patio le habló:
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Hola Beatriz
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Hola
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¿Sabes quién soy?
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Sí, el árbol de mi columpio
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¿Sabes que los arboles no hablan?
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Eso creía, pero tú estás hablando
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Ja ja ja, tienes razón
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Cuando los árboles hablan es porque tienen algo importante que decir
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¿Y cómo sabes eso?
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Porque me lo dijo otro árbol, ja ja ja
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¡Qué interesante!
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Ajá, a ver, ¿qué quieres decirme?
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Escucha bien lo que voy a contarte, porque los árboles cuando hablan no repiten jamás lo que dicen, así que presta mucha atención a mi mensaje
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Sí, sí, comienza pues
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Bajo estas ramas en que tú estás, estuvo hace algunos años una niña, ¡claro! ella no estaba subida al columpio porque para esa fecha no lo habían colocado. Esa niña era muy divertida, siempre jugaba con las flores igual que tú, a veces hasta cantaba y bailaba bajo mi sombra. Siempre quise hablarle pero nunca me atreví, y un día al hacerse una señorita supe que se fue lejos y después regresó con una niña, la dejó en la casa y se fue de nuevo para nunca volver. Ella me confesó antes de irse que jamás volvería. Me dijo que su hija se criaría con su abuela y que al no verla jamás sería como ella, ni cometería sus errores.
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¿Esa niña soy yo?
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Espera que aún no he terminado. Esa joven estuvo en estos días cuando todos dormían y vino a contarme cosas, me dijo que le guardara el secreto y que nunca le contara a la abuela que ella estuvo por estos lados, además me pidió de favor que hablara con su hija. Me dijo que ella estaba corrigiendo sus errores y que muy pronto volvería a encontrarse con ella. O sea contigo, para quedarse con ustedes para siempre.
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Oh Dios, gritó Beatriz
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Shhhhhh le dijo el árbol, no hables tan fuerte que puede oírte la abuela, y ya sabes mi promesa de no decirle nada a ella. Así pues que vive tranquila y espera con fe que tu madre cumplirá su promesa y volverá pronto a encontrarse contigo
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¡Lo sabía, lo sabía! volvió a gritar Beatriz
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Shhhhhhhh volvió a decir el árbol, ¿no ves que puede oírte la abuela?
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Gracias señor árbol, dijo Beatriz muy agradecida, esta vez en voz muy baja, seguiré esperando y cuando llegue vendré con ella al patio para celebrarlo contigo.
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Está bien, ahora esperaremos los dos el pronto regreso de tu madre.
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En ese momento se escuchó la voz de la abuela: ¡Beatriz, Beatriz! siempre te quedas dormida bajo el árbol, un día de éstos vas a caerte de ese columpio, vamos hija, vamos, mejor vamos a la cama y durmamos juntas que ya es tarde y se está haciendo de noche.
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Y juntas salieron abrazadas, rumbo a la casita, y Beatriz con una inmensa sonrisa en su carita, volteó disimuladamente su cabeza, y le hizo un pícaro guiño a su amigo el árbol mientras la noche lentamente los fue cubriendo con su negrura.
Al pasar los días la promesa se cumplió, la pequeña Beatriz pudo reencontrase con su mamá y juntas vivieron con la abuela, acompañadas del viejo árbol del patio que era el más feliz de todos, al verlas sonreír a las tres juntas, desde aquel día y para siempre.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela