ADios... ADios... ADios...
Varias veces lo dijiste,
así como de pasada,
sabiendo desde muy dentro
lo que con ello ocultabas.
ADios... ADios... ADios...
casi en rezos repetiste,
invocando a nuestro Padre,
que no tuvo culpa de nada.
Fuimos tú y yo los culpables.
A Dios, a Dios, a Dios,
según tú lo propusiste,
diciéndome con soberbia
que no querías estar triste.
Que ya no querías sentirme.
Pues bien, ahora soy yo el que lo dice:
adiós, adiós, adiós...
Pero no pensando en Dios
como tú lo hiciste...
Yo pienso en tu muerte.