Llamean sinestésicos candiles
de vainilla y lavanda en la penumbra.
El cuarto es una selva, se acostumbra
a nuestra ejecutoria de reptiles.
¡Qué mudos platicamos con las lenguas
un diálogo anatómico que es grito!
Me facilitas y te facilito
el cuerpo del delito que no menguas.
Dejando rastros, como dos babosas,
en un puntear frenético de ápices,
nos dibujamos, con húmedos lápices,
volutas de placer escandalosas.
Y nos volvemos dulces y viscosos
a lengüetadas, gimos silenciosos.