Con sus manos arrugadas
por el trabajo y por el tiempo
dándolo un toque natural de su propia ADN
e inspiró con ansiedad
como si lo que disponía
le fuera arrancado de las entrañas
olía y veía sus gruesos labios
castigados por el tiempo
entornó los parpados
y finalmente tras una segunda inspiración
los rasgados y negros ojos se abrieron saturados de luz.
Con su afilada sensibilidad
captó el poderoso esfuerzo de una gran madre
que volvía a pasar
una y otra vez sus duras manos sobre mi cabeza
y veía como las aletas de su gruesa pero perfilada nariz
como oscura de un fumador de tabaco en polvo
no daba mucho tiempo para ver y menos pensar
proseguía con la vista fija en la flama de la lucerna
dejó volar una pausa
alzó los ojos como pidiendo paciencia
derramando una seguridad que me alcanzó
de una mujer profundamente religiosa y firme
la que las lágrimas hablaban por ella
y cerrando los ojos bajó el rostro
contagiada más que asaltada
por un llanto incontenible
besaba mis cabellos frente y mejillas
dejando de nuevo el olor a saliva
con las manos sin orden ni tregua
con un nudo en la garganta
se refugió en uno de sus gestos típicos
de la velluda mano izquierda
comenzó a peinar con nerviosismo
su canosa y escasa cabellera
que era tapada por un velo
que al descubrir no parecía la misma persona
que tenía sus ojos humedecidos
veía su boca entreabierta buscando aire
para no sucumbir a la arrolladora emoción
contemplada de una creyente
de una estampa de la virgen María frágil y arrepentida
al mismo tiempo audaz y luminosa.