Como en estrellas de la nada
Empezando a vivir, en las estrellas,
cuando el lodo brilló y se alzó la brisa,
cuando los átomos formaron la primera huella
y el silencio fue llenándose de música madura,
empezando a soñar, cuando los gestos
del tiempo y del espacio hallaron forma
de rictus, de eslabón, de medusa indescifrable
y de labios de mujer en la espera de la aurora.
Cuando todo fue fiel al predominio de lo inerte,
los campos sin sembrar, las olas sin espuma,
la tierra de rocas que ni forma pretendían
ni más amanecer que el de la lluvia entre sus cantos.
Cuando fue todo original, la niebla, el moho, las cenizas
y un pájaro lanzó sus cuerpo cual semilla al cielo
y un párpado cayó del sol sobre la arena
sobre las aguas de los mares que ignoraban que se hundía,
que hicieron de él su piel, su lágrima, su aldea,
hasta que de viajar en las mareas de la noche
se dio a fosforescer como camisa de una novia,
como paleta de un pintor en que la vida fue trazada
y así como hoy del arte fue escapándose por poros,
por lentos pabellones de acuático aleteo
y de alta libertad en las mejillas de un buen día.
Allí fue que partimos, que la hazaña
de todo lo demás tomó su curso,
su semen, su arsenal de tácitas amebas,
de agrestes protozoos, de innumerables cilios rojos
y que hasta hoy recorren, rodando, las estrellas,
y que hasta hoy sumergen la historia tras sus hilos
y que hoy de nuevo harán, cuando muramos, que renazca
la vida que sin fin nos malgastamos en el tiempo,
la vida que sin fe nos sorprendió en el nuevo caos
y en el nuevo indagar por el origen de la especie,
por el nuevo final que tras amarnos nos remece,
solícito y sin paz, como en estrellas de la nada.
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