Javier Hilario Rocha Villegas.

Chica del vestido vestido negro

Tú,

la chica del vestido negro,

viniste a sacarme de este inmenso manicomio con las manos llenas de polvora, pero dime; ¿no te diste cuenta del fuego que ibas a encender en mí?

 

Era lógico que tarde o temprano ibamos a volar algun rincon de la ciudad. 

 

Pues hay cosas que no se dicen con palabras.

 

Y no lo siento por ti

ni por mí.

Lo siento por el asiento trasero del coche y por las veces que salimos a buscar aventura, 

por el viejo sofá en el que recorríamos Italia sin movernos,

por la triste mesilla que teníamos en el comedor en las que me describiste la belleza de Vancouver.

 

Tú y yo.

Yo y tú.

Siempre huyendo del tiempo y de la gente.

Huyendo de los vuelos mal programados que van a dejar Chihuahua sin ti.

Una ciudad triste en la que ya no pasamos a deshoras en el coche y a alta velocidad.

Mientras que en el pecho, ya enardecido, el acelerado latido de un corazón se vuelca entre tus curvas.

Y a aquel accidente lo llamabamos amor.

 

Que fueras a contagiarte de locura no era probabilidad, sino cuestión de tiempo.

Así como lo era despertarme con los labios prendidos al sueño de tu piel y a los ataques de ansiedad de todo adicto atado de manos a tus caderas.

Así como lo era despertarme viendo que no era cierto que dormías a mi lado y que Chihuahua sí era la desprogramada hora de un despertador que ya no uso en la mesita de noche junto a la cama.

 

Tú,

La chica del vestido negro,

la chica que viene junto el cobijo de la noche alcoholizada por tanta estrella.

Deja de convertirte en esa chica meteorito que se estrella en mi cama a las cuatro de la mañana y sacude mi mundo.

Deja la polvora en casa.

Chica del vestido negro.

Deja de ser un sueño.

 

Y...

Ven.

 

Con mi realidad.