Vuelan las balas, las excusas
y las lágrimas.
Se cierne sobre mi cabeza
un sombrero incoloro
ahora que con mis manos sujeto
la deidad que obró milagros.
Nunca me exalto a destiempo
ni calzo las sandalias de un cuatrero precoz.
No como del plato de mi peor adversario
pero sí bebo de su bilis nauseabunda
si mi cuerpo se siente amilanado.
Pudiera decirse que alimento tu odio
con mi animadversión.
Como tu pan si lo envenenas en mi nombre,
cito tus defectos si tú hablas de los míos
y cocino tu vejiga si tú ansías cortar la mía.
Vuelan las balas cuando me detestas,
navega mi imaginación sobre tu alopecia
cuando la disputa resulta inevitable.