Me encanta esa manera tuya de verme sin mirarme.
Siempre pidiendome que me quede en casa cuando son tus ojos los que me llevan a todas partes.
Y es que...
no sé.
Pero esos maravillosos trampolines color cafeína son los culpables de que yo esté aquí, a las tres con treintaicinco de la mañana, saltandome los sueños.
Siempre, a la mañana siguiente, me reclamas las ojeras,
que no son mías, sino tuyas.
Y después, con esa sonrisa de estocada, me ofreces una azucarada taza de café.
Y despierto.
Descubro que esos dos charcos infinitos en los que me baño cada mañana no son la playa constelada de la que hablaba Octavio Paz,
Y sin embargo sigo sintiendo celos al leer tus ojos.
En mi móvil.
En cada rincón de Chihuahua
que me sabe amargo y me hace desear que estés aquí.
Todo con el fin de endulzarlo.
Aunque no seamos los de antes.
Aunque mires a la camara...
Y no a mí.
Sonríe.