Javier Hilario Rocha Villegas.

Confieso

Confieso que la vi en la noche.

Que la vi quitarse su abrigo perlado y sentarse en un banquillo al otro lado de la barra. Justo frente a mí.

 

¡Su perfume! ¡Oh, su perfume!

 

El viento bailaba con él 

alrededor de una fogota invisible,

quemando el batir de unas alas invisibles. 

 

Y aquella avesilla invisible, 

llena de misticismo, 

cansada y herida, 

buscó refugio en mis fosas nasales. 

 

Y le acobijé,

y me abrigó...

y nos destruimos.

 

Ni el aroma de un jardín de flores podría impregnarte los pulmones con tan mágica colonia mientras te derrite el alma y te funde el cuerpo

desde adentro.

 

Aún escucho cómo la banda acaricia mis oídos con Caravan.

 

Su melodía favorita.

 

Aquel mover excitante de caderas

imitando el pendulo de un reloj con un tic toc de fondo desacompasado:

mi corazón.

 

Sólo ella,

sólo yo.

 

Ardíamos en deseo.

Incendiamos el lugar.

Quemabamos el mundo.

 

Y yo no sé bailar.