Las hojas secas se contonean
entre tus cejas.
Alucinas y agudizas el ingenio.
Verso a verso
me clavas una estaca en el pecho
al tiempo que las imágenes
de tu último soneto gravan
su acidez en mi cerebro.
Hay días en los que sostienes mi karma
y no consientes que mi maldad
continúe disparando ladrillos al cielo.
A veces decides desgarrar mi lengua
y tengo que conversar mediante la lírica
que alguien arrojó al tártaro
de tus pies descalzos.