Los brazos atosigan
las sienes invisibles.
Sobre el borde de los cuerpos
yace la palabra vieja;
hay una fría disculpa
envuelta en el aire,
un perdón sin alma,
una pausa constante.
Y los años ocultando
la virtud de mis palabras,
en cada esquina
de cada silencio,
en cada gesto
que se anuncia y muere.