Un payaso de peluche
vino a ser la ferviente alegría
de una niña morena de azabache
que a mi puerta llamó un día.
Con su madre de la mano
y arrebujada entre sus faldas
miraba de soslayo cada uno
de los colores de mis chanclas.
Le pregunté por su nombre
respondiendo ufana ¡Consuelito!,
y ella también preguntó por el mío
repitiendo sin cesar ¡qué bonito!
Y ya en el lindel de la puerta,
recordé que en el armario ropero
guardaba un payaso con sombrero
olvidado por alguna de mis nietas.
Los ojos negros de la pequeña
se abrieron de par en par
y dos lágrimas rodaron
por su rostro angelical.
Me rodeó con sus brazos
y puso un beso en mi mejilla,
abrazando el gracioso payaso
entre lágrimas y sonrisas.
Y aquella noche en mis sueños
contemplaba las estrellas del cielo
y descubrí dos fulgurantes luceros
como los ojitos de Consuelo.
Una niña morena de azabache
que a mi puerta llamó un día
y un payaso de peluche
vino a ser su alegría.
Fina