Cuarenta y cuatro años que no estás a mi vera,
otros tantos necesitando tu presencia
y añorando tu alma buena.
En mi corazón estás presente,
mientras la mente de recordarte no cesa
estos ojos míos aun de lágrimas se llenan.
Cuando tu rostro en mis sentires hace presencia
tus palabras acariciadoras a mis oídos aun llegan
haciendo recordar tus besos y caricias enternecedoras.
¡Oh cómo aun percibo la fragancia que manaba tu cuerpo!
fragancia delicada que aspiraba para mis adentros
para quedarme madre mía con todo tu ser en mis recuerdos.
Esos tus claros ojos de limpia mirada, siguen dando luz a mí alma,
Iluminando mí camino, brillando en mi mundo lleno de esperanza,
la esperanza de un día madre volver por ti ser abrazada.
Hoy visitaré tu tumba y como siempre la impotencia me estremecerá
pues las flores que te dejo no apagan mis pesares, ya que no extinguen el dolor
que tu ausencia me produce y ese vacío que me hiela la sangre.
Por mucho tiempo que pasa no concibo que te hayas ido.
Qué tu trasiego por el mundo tan corto haya sido.
Qué la dicha no te fue dada en este mundo de crueles falsedades.
Sólo me consuela saber que de la presencia Dios ya estás gozando.
Qué ya nadie dañarte puede en este mundo ingrato.
Qué nuestro Padre Bueno tus bondades te está premiando.
Hoy también miraré el cielo buscando tus destellos
Y con una sonrisa te diré. ¡Madre cómo te quiero!
Y tú me responderás con un destello de lucero:
¡ HIJA, YO TAMBIÉN TE QUIERO!