Dos Hombres Y Una Saca
En una noche oscura,
a la luz de la luna,
en el bosque dos amigos,
se conocen desde niños.
Caminan por vacia senda
como dos almas en pena,
caminan por una vereda
llena de ramas secas.
Atras dejaron el valle
y su verde primavera,
para adentrarse en la niebla
de esta tierra muerta.
Llevan los dos acuestas
una saca vieja,
la arrastran por el sendero,
la llevan con mucho miedo.
Andan con prisa,
la noche los vigila,
en el suelo sangre roja,
sangre de hojas rotas.
Los dos caminan rápido
retumban fuerte sus pálpitos.
Tienen rostro retorcido,
sus ojos están vacios.
Uno bajito y feo,
con horrible cojeo,
escupe en tono alto
las mentiras del campo.
El otro espigado
con el tallo alto,
y suave su balanceo
que a la vista da mareo.
El alto porta una saca,
al hombro la carga.
El bajito al hablar
se para a gesticular
-Muchas gracias amigo
por estar siempre conmigo,
como tu nadie sabe
que mala era Marce.
Siempre iba contoneándose
y a todos arrimándose.
¡Luciendo sus piernas
para que todos las vieran!
Te lo estabas buscando,
al hombre harás caso,
no quisiste escuchar,
¡pues descansa en paz!
-Si, Marcela mala era,
¡ay dios, que pena!
-¡No lo sabes tu bien,
lo que yo tuve que ver!
La voz suave y boba
contrastaba con la ronca,
grande era la del bajo
apagada la del alto.
Llegaron al bosque oscuro,
donde sólo canta el búho,
llegaron al bosque viejo,
donde sólo aúlla el viento.
-Sin ti querido amigo
todo lo habría perdido,
ahora seremos hermanos
empuñando el mismo arco.
En la horas de dolor
te daré ayuda y amor,
hermanamos nuestra sangre,
se mezcló nuestro linaje.
-Si hermanos de sangre,
que bien el mismo pelaje.
Así siguieron el paso
los nuevos hermanos.
Pero el alto vió unos ojos,
unos ojos tenebrosos,
como un puñal se clavaban
en sus temblorosas almas.
EL bajito vió una sombra
en las ramas de una copa,
con pelo largo y fino
y gestos retorcidos.
-Viste lo que hay en el árbol,
¡Blas, lo viste! -grito el bajo.
-No, pero yo ví
ojos clavarse en mí.
En el silencio del viento
se escucho un grito de lamento,
la sangre les hizo hervir,
tenían miedo a morir.
-¡Asesino morirás,
el perdón jamás tendrás!
Te quitaré la vida,
como tu quitaste la mía.
-¡Santos del buen cielo!
¡Blas! cava un agujero,
y tan profundo sea
que el infierno se vea.
Allí descansará tu alma
que se queme entre las llamas,
bailarás con el diablo
la última nota a su lado.
-Si Toni, ya está,
de aquí jamás saldrá.
Los dos echaron la saca
cayó envuelta en mortaja.
Su carne rosa tendida,
su mirada carcomida,
los últimos versos escritos
en ese hoyo infinito.
Tan cerca estaban del quicio,
tan cerca del precipicio,
que se desprendió la tierra,
al pozo cayó la arena
y Blas se fue con ella,
chillando como una nena.
-¡Por dios Toni, ayuda!
no dejes que me pudra.
Sacame de aquí hermano,
Por favor, ¡dame tu mano!
Toni tenía mucho miedo,
quería salir corriendo
de aquel lugar sin tiempo
donde danzan los espectros.
Oyó la voz de su amigo
desde el pozo sus quejidos,
pero el miedo le pudo,
el fantasma, el bosque oscuro,
la niebla, el búho
y aquel denso humo.
Por el pánico guiado
lo dejó abandonado,
escuchaba sus lamentos
aunque salió corriendo.
No paró de correr
hasta la villa ver,
jamás quiso regresar
al negro y horrible lugar.
Allí quedó su hermano,
allí quedó enterrado,
para siempre en esa tumba
que sólo ilumina la luna.