Ese bosque verdiseco solitario
donde al pino le amamanta la hojarasca,
-secas hojas de tamuja y de carrasca-
son la alfombra que da lustre al arbolario
como el vino que embriagando va a la tasca.
Y ese olor que se desprende en la resina
que se torna en el ambiente solidario
y convierte al más insigne santuario
que yo guardo desde niño en la retina,
una joya a proteger, un relicario.
Y el paisaje sigiloso y resignado
y el susurro que acompaña a la calima,
meditando van silencios por la esquina
de ese fuego que un buen día fue apagado
a la espera de que llegue un mejor clima.
Ese es el tiempo al que rindo hoy pleitesía
mientras oigo repicar al campanario.
Voy quemando mi añoranza, ese calvario
del que siente que por allí anduvo un día
y, agradecido, hoy bendice al escenario.
©donaciano bueno.