Dueña de mi destino,
aún no lo sé,
quizás lo sepamos alguna vez.
Abandonando la fertilidad
de la inocencia,
me vi un día dueña
de la distancia
que deja uno atrás
al pasar la frontera
de los sueños
calcinados por la espera.
Porque se nublan los ojos
con lágrima derramada
ante tanta tierra
con aromas de mañana
que dejas allá.
Yo era dueña del surco
que se abría,
de la tierra color de sangre
y era dueña del regadío de amor
que había en la mirada mía,
al mirar tanta distancia
que se cultivaba,
sin saber que
recogería de la cosecha,
¡un adiós entre mis manos!
Yo fui dueña de mi destino
y me encaminó,
por donde dicen...
que había un paraíso
de esperanzas,
pero lo miro roto
por tantas añoranzas.
Donde sólo existía
el sueño de llegar,
sin importar
lo que dejábamos atrás
que era mucho más
que una propiedad.
Hoy me pregunto:
¿dueño de qué somos?
Que no sea más
de una distancia,
que se arropa en las ansias
de un volver.
¡Qué no sé ya, cuándo
la volvería a ver!
Dueña de una distancia
que nos divide.
Y de un deseo acumulado
en el tronco de la espera,
pero que mi alma
entre tanta maravilla no lo concibe.