En la consabida cárcel de los nombres,
Fui quitando las algas del sueño, los resabios del azúcar.
Planté mis rodillas y agaché mi ego hasta volverlo un papel doblado.
Escribí con la sangre enredada mis últimas excusas y aspiré
Todo el sol, el hacinado vapor de los deseos.
Recordé en medio del silencio las latitudes que me unían al mundo,
Como un extraño recuento de hojas caídas a la tierra yerma
Donde se aferra el árbol más absurdo de las pertenencias.
Me reí de lo biunívioco y de lo co-rrespondido,
Hasta exhalar en el humo de un cigarrillo ajeno todo
Lo que no hubiera sido mío,
Incluso
Yo mismo.