Hay una red que clausura los espacios del aire,
Que carcome los pasillos donde plantaría un beso
O un abedul que diese sombra a esa pena heredable
Que se seca al sol, junto a la yerba y los “buenosdías”.
Hay una red que me entrampa, parásita y maquiavélica.
Cuando menos la espero me toma y me anega
En las profundas aguas de una marea de voces,
Ecos viejos, canciones que no quisiera
Recordar con estos labios, que sólo pronunciaban nombres.
Hay una red inconclusa, como una telaraña
Que mi miedo póstumo, mi furia ulterior, mi temprana pereza
Fueron desgajando torpemente de las manos de Milo o de Midas
Y la dejaron ahí, a medio desdecir (¡a pleno desdicharme!)
Entre pared y vida, entre muerte y techo.
Hay una red que me enfría de polvo y de fiebre,
De tiempo esperando en la antesala de la analista.
Es un infiel tramo en los atrapasueños ardidos
Por incendios que no premeditaron Nerón ni Prometeo.
Es fango y sanguijuela que pesa en mis botas y se mete en mis venas.
Hay una red que no se ha trazado,
Inevitable por el hecho de no haber sido apenas
Planificada en las esquinas de lo meramente posible.
Puede que dejarme atrapar sea la forma más tangible
De hacerla dolorosamente real.
Y, entonces, deshacerla.