A María Guadalupe Enriquez Dávila.
No es la sal que cosquillea en mis pies.
No son las ataduras de fuego que me detienen
azotando en mis muñecas cicatrices.
Heridas fatales que mis sueños sostienen.
Te dejo mi libertad a cambio de estas palabras.
Dejame el caminar supuestamente indiscreto.
Regalame tus ojos para hacer de las estrellas un concierto
con luces hermosas que chocan, mi amada guerrillera.
Guerrillera al desvestirte por ser el centro de mis ansias.
Que nuestras ganas por un minuto se vuelvan hipócritas
desapareciendo la edad del tiempo en la realidad
millonaria de sentidos ideológicos y artísticos.
Te dejo mi libertad, la que arrebatas
con todas tus uñas.
Muévete drástica a la brújula sin dirección
de los cuerpos que dejan las olas en la orilla.