Llegaste a mi casa una mañana
cuando más de afecto necesitaba,
me ofreciste apoyo, amistad
limpia, sincera y llana.
Mi vida era, por aquellas fechas,
bastante complicada y oscura,
luchaba contra la parca fiera
con tan sólo el amor por armas.
Y llegaste tú de puntillas
con la timidez en el rostro reflejada
y me tendiste tu mano amiga
altruista, noble, desinteresada.
Fueron pasando los días
y se fue lo que más quería
pero tú a mi lado seguías
aliviando la pena mía.
Cada día me llamabas
disipando las tinieblas
que me oprimían el alma.
Fuiste capaz de solucionar
cuantos problemas me acuciaban,
reparar, mantener y controlar
cientos de cosas necesarias.
Eras el primero en felicitarme
en mi santo y cumpleaños,
en la Navidad y el Año Nuevo
y hasta en el Día de la Madre
eras el más seguro y tierno.
Ciudadano ejemplar
siempre dado a los demás,
con envidiable saber estar
sin presunción ni vanidad.
Siempre fuiste respetuoso,
¡un caballero de leyenda!
con un carazón grandioso
y de mente sabia y serena.
Yo sabía que para ti representaba
algo más que una sincera amistad,
lo leía en tus ojos cuando llegabas
aunque jamás me confesaras la verdad.
Y te fuiste con tan noble sentimiento
una mañana de otoño gris y fría
y sentí desde muy adentro
que algo se moría en el alma mía.
¡Dejaste una huella en mi corazón
que otro amigo no a de borrar,
porque la verdadera amistad
perdura hasta la eternidad!
Fina