Uno de esos días que una desearía no haber salido de su alcoba, no haber mediado palabra con nadie, ni siquiera tener tiempo u ocasión para pensar. Unos de esos días fue ayer, uno de esos días se cruzó en mi camino al momento de salir de casa.
No siempre hacemos aquello que nos agrada, que queremos, pero lo hacemos por amor a las personas con las que compartimos nuestra vida, lo mismo que estas personas en ocasiones también hacen por nosotros cosas que no son de su gusto. Cuando hablo de hacer estas cosas no hablo de nada denigrante, ni siquiera malo, es algo como hacer un viaje, reunirse con unos conocidos, ir al cine o cosas semejantes.
Esto no tiene porque ser desagradable, incluso en más de las ocasiones termina siendo momentos muy aceptables pues tampoco es ninguna tragedia, además es agradable hacer feliz a quienes amas. Pero en el caso de ayer se me hizo muy cuesta arriba pues alguien se empeño en sacarme mis nervios de quicio, aun peor, tener que tragarme situaciones que si se dan en otro lado como poco me levanto y me voy sin más.
Todo comenzó en el autobús. Un viaje de peregrinación a hasta un santuario, un viaje que debía de ser ameno, relajante, sobre todo para las personas que les agrada vivir con fervor, fervor que les supone los encuentros de oración y convivencia con sus vecinos.
He de decir que no son viajes que haga con mucho agrado, pero una vez al año o cada dos no me supone sacrificio alguno porque lo hago por causa muy satisfactoria como es acompañar como he dicho a una persona que vive esta peregrinación con gran entusiasmo.
La idea era pasar a visitar una bonita villa que queda de paso al santuario, después de dar un paseo por la villa comer en un restaurante donde ya estaba la comida reservada. Desde allí seguiríamos camino al santuario y acudiríamos a la basílica para rezar el Rosario, terminado este saldríamos de nuevo hacia casa, pero por ruta distinta para parar a tomar un tentempié en la comarca de la sidra. Todo parecía que sería un día muy animado aunque he de reconocer que lo que menos me agrada es tanto rezo, primero en el autobús para pedirle a Dios tener buen viaje, luego bendición de comida, durante el viaje cantos marianos, luego rosarios y de vuelta cantos de gratitud por la grata jornada.
He de decir que mi salud ya no me permite grandes paseos ni danzas. Pese a ello cuando estoy entre gente no me quejo, solo trato de sentarme un rato, pero jamás molesto al grupo, incluso me esfuerzo para que nadie esté pendiente de mi.
Pues bien, así comenzó mi andadura por ese peregrinar. Al llegar al autobús como solemos hacer otras veces nos sentamos en los asiento de detrás, yo me senté en el asiento que da al pasillo para poder de vez en cuando estirar la pierna que se me suele dormir después de un rato sentada. La persona con la que iba siempre atenta a mí me ayudó a subir al vehículo y luego acomodarme. No hemos molestado a nadie, además de que solo estamos tres personas
en la parte trasera. Llega la simpática, -no digo de turno porque siempre es la misma, la vivarachera de siempre- pues bien, la señora con su suavidad especializada en la manipulación de los demás dice:
-¿Por qué siempre separas a este hombre de los demás, temes que te lo coman?
-No sería raro, mira que está de muy bien ver…- le respondí con una sonrisa puesta, pues no es que me saliese del alma.
Ciertamente lo que se me vino a la mente fue algo tal como: No me extrañaría, siempre puede haber alguna hambrienta como es tu caso. Pero no, fui cordial y respetuosa. Pero al rato volvió a la carga y dice a la persona que le acompañaba.
-Te das cuenta que ésta siempre está en el medio como el jueves. La otra les responde-¡ Caray, ahí no molestan a nadie, además, en ese lugar nadie quiere ir, así que a ti que te molesta?
-No es que me moleste, es que él tenía que ir delante para ayudar si se le necesita.
-El puede ayudar si quiere igual, pero bastante tiene con cuidar de ella que mira que mal se mueve.
-¡Ay jejejej, que cuento tiene! ¿No ves como para pintarse y vestirse a la moda no está tan mal?...
Todo esto lo estábamos oyendo los tres, es decir, las dos personas con las que yo estaba y yo misma. No nos dimos por enterados, porque las personas que iban con ella sabíamos que lo están pasando muy mal. Estas respiraron profundamente cuando ella se fue hacia la parte de delante de Bus para coger el micrófono y dirigir la oración.
Llegado a la villa que íbamos a visitar nos juntamos varias personas y nos fuimos a dar un paseo, después de un rato nos sentamos en una terraza para tomar un refresco y resguardarnos del sol que calentaba con ganas. Por demás el lugar lo conocemos muy bien ya que en nuestro caso lo frecuentamos mucho.
Al paso para el restaurante unas cuántas personas más se sentaron con nosotros y tuvimos una conversación muy grata, al momento llega la susodicha señora con otras dos y con su peculiar humor dice:
-Ya estarás contenta con tantas contemplaciones. Jejejeje ,¿ no la tendrás muy consentida amigo? Mi acompañante no respondió y me miró con gesto que me indicaba que yo tampoco lo hiciese. Pero si lo hizo otra de las personas que estaban presentes.
-Anda camina no pierdas el sitio y a ver si te quitan el micro y luego no puedes entonar.
-Si canto es porque puedo porque otras… jejejej.
Nadie le dio más respuesta. Durante la comida como de costumbre se fue moviendo de mesa en mesa y con la mala suerte que en la nuestra había un sitio vacante y allí se acomodó. Comenzaron entre ella y otras dos “místicas” a hablar muy bajito de que no sé quien había comido como estuviese hambriento, de otro que bebió casi una botella de vino y no sé cuántas cosas más. Los demás de la mesa ni les seguíamos, pero no era fácil de evitar oírlas a pesar de sus suaves y delicadas voces. Al final las cinco personas que estábamos en la mesa nos fuimos a la barra del bar a tomar el café con tal de no seguir incómodas.
El viaje hasta el santuario prosiguió escuchando sus cantos junto a las de unos y unas cuantas más que se le unieron.
Una vez llegamos fuimos a buscar acomodo en la Basílica, pero ya estaba llena, entonces nos dirigimos hacia las carpas puestas a propósito, allí estaban unas grandes pantallas de televisión y sillas para acomodar a las personas que no cupiesen en el templo. A la derecha estaban reservados lugares para las personas con discapacidad, por el centro un pasillo y al otro lado hileras de sillas. Allí nos acomodamos varias personas, los tres de casa nos quedamos a tras para si yo necesitaba levantarme no molestar a los demás.
El santuario estaba a tope de gente, esa es una de las razones que a mí no me agrada ir en esos días cuando tengo todo el año para ir, pero ese día es especial porque comienza la novena, así que no queda otra que resignarse al calor, a la multitud y la incomodidad. Todo sea por lo que es, pensaba.
Los turistas no están obligados a ir de rezos, pero si así lo deciden están en su derecho. Como derecho parecería tener un señor de unos cuarenta años que acompañaba a una señora que llegó en silla de ruedas. El muchacho de Cruz Roja que estaba encargado de acomodar a estas personas le señaló el lugar donde tenía sitio para ella y su acompañante, pero el hombre no quería aquel lugar, quería quedarse en la parte de atrás, pero no había lugar alguno vacante. Con cierto despotismo trató a los jóvenes voluntarios y de Cruz Roja por no facilitarle el sitio que él quería. En vista de que no cesaba de llamarles ineptos y no sé cuantas cosas más yo me comencé a sentir muy incómoda así que me levanté y le dije que era un irrespetuoso- noté rápido que aquel personaje era de la capital del reino- y entonces le dije:
-Tenga señorito, le cedo mi sitio, que para eso estamos los paletos. Los tres nos levantamos para que acomodaran la silla de la señora, y él junto a su esposa que hasta entonces se había mantenido callada, se sentaron sin molestarse siquiera en dar las gracias. Entonces yo sí que les di las gracias a ellos con cierta ironía. Él me respondió que si quería se quedaba de pie y me cedía el sitio, pero que tenía que estar al lado de su suegra por si lo necesitaba, y que yo no tenía ningún problema para buscar otro lugar o estar de pie. Sin mediar más palabras saqué mi carné de minusvalía y se lo enseñé. Con las mismas me fui, su mujer con gesto de bochorno por el reprochable comportamiento de su esposo salió al paso y me cedió su sitio; por supuesto no lo acepte, me senté en el murete que estaba cerca. No sabía que por allí estaba la cantarina de mi grupo a la cual alguien le ha dicho que yo tenía un carnet de discapacidad.
Por supuesto ni oración ni nada, pese a que no me preocupé más del señorito que se acomodó en mi silla, eso sí, observé cómo durante los rezos se dedicó a fumar sin el menor respeto al lugar y presentes.
Terminado el rosario, nos fuimos rápido para el Bus, estaba muy cansada y contrariada, pues he de reconocer que me hace sentir muy mal la falta de delicadeza y respeto hacia las personas, y aun más, no soporto la falsedad. Lo cierto es que pensaba que ya estaba dado por terminado los malos rollos. Pero caramba, no sabía lo que aún nos quedaba.
En la parada de retorno nos fuimos a tomar un refrigerio, allí llegaron dos matrimonios junto a la adorable señora y no sé cómo ni de qué manera se sentaron a nuestro lado y se metieron por medio de la conversación que manteníamos, que no era otra de cómo puede haber gente tan mal educada como el hombre de la carpa. Hasta ahí fue nuestro comentario, y sin más la señora llama al señor cura y le cuenta a su manera lo sucedido, exagerando de mala manera mi postura hacia aquella situación, pero en tono de compasión hacia mí comentó:-Mire usted señor cura, esta pobre mujer a pesar de lo mal que está., pues hasta es una discapacitada reconocida por la sanidad le cedió el sitio, ¡no, si lo que yo siempre digo! ¡Esta mujer tiene el cielo ganado! Y con las mismas me hace una caricia.
¡Dios santo, como me costó aguantar y no darle un empujón, o decirle que se fuese a la mi….
El señor cura que me conoce se estaba dando cuenta de lo mal que lo estaba pasando, así que moviendo la cabeza con gesto de: -esta mujer es insoportable, le dijo.- Anda, vete a ver si la gente se va reuniendo para proseguir la marcha.
No sé cómo me pude contener, si hay algo que me supera es la falsedad, aquellas caricias fueron veneno no sólo para mí sino para los presentes que se les notaba muy incómodos con la presencia de susodicha persona.
Llegada al autobús la hipócrita señora se sentó al lado de las tres personas que estaban a mi lado sin dejarme el sillón del medio, no le dije nada, me puse al lado de la ventanilla y cerré los ojos con deseo de descansar y para que me dejasen en paz. ¡¡¡Alucinante!!! Durante el trayecto no cesaron de reírse de una de las personas que iban sentadas en la parte de adelante, de llamarlas por el apodo, y para colmo a una de las personas que iban con migo le advirtió de lo mala que era aquella persona porque ella sabía de buena tinta que en su momento había tratado de quitarle un trabajo- ya no pude más y les dije:- No es triste que de nada os haya servido tanto rezo, tanto golpe de pecho, lo malo es que con vuestro sucio comportamiento negáis la paz a los demás. Ya os podéis ir satisfechos.
Noté la mirada de mi acompañante, mirada de disgusto porque él es capaz de tragar carros y carretas y no dar muestras de incomodidad.
Lo cierto es que llegué a casa con los pies y el cuerpo dolorido, pero lo que más me dolía era el alma, el espíritu por ver tanta falsedad y desvergüenza mientras se muestran suaves, delicadas, caballerosos y piadosos, tanto unos, como unas. Es decir, la peregrinación solo es una escusa para estas personas, una manera de pasar un día de asueto disfrazado de piedad.
Peregrinación no cabe duda que sí ha sido, peregrinación con penitencia incluida.
Lo que sí es cierto es que este día fue uno de esos que una mejor sería no salir de casa.
L.L.C