GALILEO
El loro Galileo era un loro hablador pero no pensador y por eso le daba a la lengua sin pudor.
Y si es que tienen dueño los loros, este pertenecía a la dama Doña Pepa, que era una viuda millonaria.
Al pájaro le encantaban las charlas con la vieja.
Y cuando la anciana le decía algún trabalenguas lo repetía completo y sin errores. Y repetía cualquier cosa que dijera su dueña al pie de la letra.
Y así el pajarraco no se cansaba de reiterar…”Tres tigres tristes comen trigo con otros tristes tigres, que se atragantan con trigo”.
Era un ave simpática pero desubicada como el loro del doctor Juvenal Urbino de Cartagena, entrañable personaje de “El amor en tiempos del cólera”, que desde lo alto de las ramas repetía inconveniencias políticas que no favorecían al doctor.
Ya Alejandro el Magno había traído en la antigüedad pájaros habladores que fueron la apreciada novedad del mundo helénico.
Y Colon trajo papagayos y loros para deleite de la corte católica y beneplácito de la reina Isabel.
Doña Pepa Urretavizcaya tenía con Galileo una afinidad notable que no terminaba de asombrar a los visitantes de la mujer rica.
Y los sentimientos del loro hacían merito notable a esa afinidad.
Visitaba a la opulenta dama, sin la simpatía de sus sobrinos, un “novio” joven, que se las traía, muy meticuloso y reservado para con la relación y que cuidaba de no hacerla ostensible con la mayor prolijidad.
Trataba de evitar sospechas y suspicacias después que su plan se cumpliera y funcionaran las intrigas que había tejido meticulosamente en derredor de los sobrinos de la vieja.
El nombre del festejante era Clemente Arisco, y junto con el loro Galileo y su asistente Amanda Bronco eran los tres únicos seres que Doña Pepa quería en esta vida.
Pero Arisco no quería al loro ni a la asistente y ella no tenía ninguna simpatía por Clemente a quien consideraba un intruso.
Y entre Galileo y la negra Bronco existía una tacita “entente” solida por eso del enemigo común y por celos al pretendiente.
Cuando la viuda le entregó al galán el maletín con los dólares le dijo que el documento privado firmado como recibo estaba en la página 222 del libro “El ser y la nada.”
Para eso Clemente Arisco ya se había decidido por el robo del dinero, persuadido de la caída de las sospechas sobre los sobrinos de la victima.
Y el minuto fatal del ladrón fue cuando no previo las providencias que habría de tomar la mujer.
Amanda Bronco era de una fidelidad notable para con la anciana y con una lealtad primitiva recibió la tenencia del libro de manos de la patrona como si hubiera recibido el santo grial.
Y la dueña, que la conocía muy bien, sabía que por varias razones jamás entregaría el libro a nadie que no fuera ella.
Cuando Arisco volvió subrepticiamente por el libro de Sartre comprendió que había subestimado a su “novia” y ya era tarde. Pero el homicida ya había comenzado con el proceso ejecutivo del delito y el veneno circulaba por las venas de Doña Pepa.
Ella tuvo su gran desengaño y con su furia de mujer despechada supo lo que debía hacer.
La ponzoña ya comenzaba a cumplir con su malévolo cometido; la mujer sentía que su cabeza aumentaba de tamaño, y ese malestar se trasladaba a todo su cuerpo.
La dosis ingerida le producía una sensación de hormigueo en la boca que se extendía hacia la cara y la garganta.
Quizá a esta altura se habrá adivinado que se trata de la aconitina, la reina de los venenos, un toxico letal menos conocido que su consorte- el clásico y popular arsénico- pero igual de implacable en proporcionar el tránsito hacia el desconocido reino de Hades.
Mientras se moría, la vieja no dejaba de repetir, pensando en el loro …” Clemente Arisco hijo de puta, El ser y la nada, pagina222, Amanda Bronco”.
…………………………………………………………………
Cuando llegó la policía, los detectives, los forenses, los inspectores y el comisario Bastanchuri escucharon reiteradamente al loro Galileo con su letanía.
…Clemente Arisco hijo de puta, El ser y la nada, pagina 222, Amanda Bronco…
…Clemente Arisco, El ser y la nada, pagina 222, Amanda Bronco…
……………………………………………………………………