Un día, cuyos aires no quiero recordar,
su incienso dulce, trajo cargado en el vagar
tras sus huesos perdidos. Entre grama y cenizas.
Y así, su voz perdida; rasgó un trueno de cromo
que, reza todavía silente como plomo
en mi mente: « ya duerme, ya, salvaje entre brizas».
Acercándose, el cielo bien vestido en tormenta
como rastro macabro que el misterio comenta:
la estancia vuelta brea a un fuego frío y gris
que deja la condena eterna al ras de Gema,
que sigue masticando silente, un negro lema:
« ya duerme, ya, salvaje en flores de un anís ».
Reclinando mi espalda al clamor de mis penas
exclamé al visitante de gardenias ajenas:
¡hechicera y princesa de avernal e inmunda hopa!
Y un eco resonante devolvió mi dolor;
junto al hórrido espectro de celeste color
como el vino de mala procedencia en mi copa.
Y siguió profiriendo y de nuevo gritó:
« yace Gema la triste, quien salvaje murió…»
Y volví a replicarle a la reina del hoz:
¡hechicera y princesa de macabra cordura!
Lucidora de joya de corinta atadura,
¿quién fraguó de una oscura tesitura a tu voz?.
Más la tumba rugiente devolvió mi dolor;
junto al hórrido espectro de celeste color.
Y siempre que es de noche, la lluvia al caer quema
mi ventana que, es suave ya del tiempo caricia
y es morada al consuelo y del cielo codicia
las lágrimas en piedra de mi gélida Gema.