Se desmayó sin aviso,
majestuosa se edificaba y me cuidaba,
de mis errores, de mi propio ser.
Golpeó muy fuerte el piso
y todo retumbó, hasta mis huesos,
y se fue mi idea de refugio;
y entre los escombros, cenizas, y los restos de mi
aparecieron como flama ansiosas de incendiar
esos ojos de amor infinito,
y me quemaban
no mi piel, no mi carne
sino el interior de mi vacío cuerpo,
y la posada de lo que alguna vez había muerto
entre las sutiles melodías de una vieja ilusión.
Se desmayó mi barrera y ahora entró
y yo sin remedio busqué sus brazos,
y entre esos brazos
se concibió mi paz y mi alegría,
y ahí quedé, y ahí quedamos
perdidos en la utopía
de un exilio en el amor.