¿En dónde vivo sino en tu luz castaña y en la sonrisa con que me recibes al caer la tarde?
Las gentes saturan el cuarto con sus murmullos inquietos,
pero el silencio no se rompe hasta que pronuncies
la más corta de tus palabras.
Tu monosílabo más breve,
el más mínimo de los sonidos que pueda originar la cuna rosa de tu sonrisa me basta para saber que lo que más importa es lo que tú dices y no todo ese balbuceo sonando incesante.
Porque cuando las otras voces hablan no se oyen
y de repente estamos aislados del mundo.
Nos decimos lo que callamos, sin silencios,
y juntamos las piezas rotas de aquel secreto tan guardado.
Entonces, cuando ya no nos quedan más palabras ocultas.
Cuando ya arrancamos la raíz de las dudas
enmudecemos momentáneamente
y nos miramos, y sonreimos.