María Elena

Fenix

Desollando el alma de a poquito,

quité la vil y enmohecida cáscara,

y descubrí en los albores de una piel rosada

un fruto nuevo lleno de esperanza.

 

Puse de pie a ese magullado cuerpo

ofreciéndole  rosas y colores varios,

y desperté como quien es parido al fuego

con las brasas encendidas de rosarios.

 

Y la cabeza comenzando a erguirse

divisó un  horizonte resurgente,

y estirando la mano acaricié las aguas,

brotando la nueva flor de mi simiente.

 

Llorando lágrimas de pequeñas perlas,

me senté a las orillas de la vida,

con la paz de quien ve renacer al universo

y la satisfacción de haber ganado la partida.

 

Tremendos frutos robé de la naturaleza,

y a mis pies se hincaron las vides y los lirios,

y en regocijo grité mi canto al viento,

sabiendo, ya, terminado mi martirio.

 

Y ahora vivo en esta mansedumbre

los tiempos libres de una vida plena,

ajustándose los sueños a este nuevo ritmo

y a la paz de dormitar bajo la luna llena.

 

Y hoy amo con la energía de las tempestades

con los verdes de los campos en mi alma,

y disfruto a mares de sentirme viva

 porque en esa muerte yo encontré la calma.

 

Benkiju  (Derechos Reservados)