Desollando el alma de a poquito,
quité la vil y enmohecida cáscara,
y descubrí en los albores de una piel rosada
un fruto nuevo lleno de esperanza.
Puse de pie a ese magullado cuerpo
ofreciéndole rosas y colores varios,
y desperté como quien es parido al fuego
con las brasas encendidas de rosarios.
Y la cabeza comenzando a erguirse
divisó un horizonte resurgente,
y estirando la mano acaricié las aguas,
brotando la nueva flor de mi simiente.
Llorando lágrimas de pequeñas perlas,
me senté a las orillas de la vida,
con la paz de quien ve renacer al universo
y la satisfacción de haber ganado la partida.
Tremendos frutos robé de la naturaleza,
y a mis pies se hincaron las vides y los lirios,
y en regocijo grité mi canto al viento,
sabiendo, ya, terminado mi martirio.
Y ahora vivo en esta mansedumbre
los tiempos libres de una vida plena,
ajustándose los sueños a este nuevo ritmo
y a la paz de dormitar bajo la luna llena.
Y hoy amo con la energía de las tempestades
con los verdes de los campos en mi alma,
y disfruto a mares de sentirme viva
porque en esa muerte yo encontré la calma.
Benkiju (Derechos Reservados)