Suavízate en versos, estropajos
y calcetines de pares sueltos -o perdidos-;
cómprate un sudario de alarmas
o una medianoche sin sentido.
Colapsa el colapso interior
y excita al enemigo con tus dotes
de deslumbrante perdedor.
Suavízate con estimulantes legales,
combate tu insomnio con rostros de mujeres
alcoholizadas por la fama de Hollywood
o por la musculatura viciada
de un algún hijo de Sam.
Arrepiéntete de todos los hechos futuros
a 3 minutos de abandonar tu cuerpo
compuesto por orugas y vértices
en ese camposanto donde la eternidad
es moneda de cambio hacia el más allá.