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La llovizna del atardecer
empapaba débilmente
la tristeza floreciente de aquel instante,
de aquel momento sin cordura;
de aquella sensación inoportuna y vacía,
perdida en la tiniebla de mi semblante.
La llovizna sorda de aquella tarde
engendraba dudas de desencanto;
pensamientos ocultos en el temor,
rodeados de cristales opacos,
de pasiones latiendo en los caminos
estrechos del corazón.
La llovizna persistente,
de aquel atardecer indeseado,
se esparcía sin querer
por las cansadas pupilas
de mi vespertina soledad.
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