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La tarde se descolgaba por las frágiles
paredes de su alma,
por la ternura vespertina de un anhelo
olvidado en el perfume lejano de una flor.
La nostalgia del silencio
envolvía de frescura galopante
los muros quebrantados
de su mirada perdida.
La tarde se descolgaba por la gruta
ardiente de su alma;
por la desnudez transparente
de su sólida resignación,
por los senderos abiertos
de la alegría verdadera.
Entre la tarde y el silencio,
había un destello permanente;
un color inapreciable
de sentimientos perennes.
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