Celeste diáfano
como las praderas del cielo,
entonces las calles eran un juego de barro.
Nos sentíamos invencibles borregos
en la presencia dórica del pasto.
Pasábamos extensas horas
en el potrero pateando la única pelota del barrio,
tan sencillo era conquistar
sueños paradisíacos,
nos reconocíamos por el mote
sin mirar los rostros
registrábamos los nombres.
Pasmada sensación infante,
los cuerpos se alejaron,
desaparecimos tras los árboles
sin saborear el sexo,
ni el cosquilleo de enamorarse
de una zagala constelada
que nos perturbara al mirar.
Entonces se abrieron nuevas dársenas,
cada bajel viró su rumbo
hasta algún puerto de antípoda madrugada.
Hoy regresamos en comunión de caterva,
de distantes tierras sin nombres.
Con festejo coloquial de opuestos horizontes,
bajo un solsticio,
nos congratulamos con asado y vino
bajo el última parral con frescor de hoja reverdecida.
Eran tan gruesos los eslabones de la amistad
que al cerrado abrazo comprendimos
el valor de la infancia compartida.
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Poemas de ricardo [email protected]