Escribiendo una poesía,
mi gata se sube entre mis piernas;
y de repente se deja acariciar.
Y mis dedos cansados los empieza a lamer…
Y pienso…
Ella me habla al oído,
y sus garras masajean mis piernas…
desde el abismo ella me guía a la luz.
Y no paro de acariciarla;
me hace enamorarme aún más de
su cariño.
La quiero como a mi hija,
como a mi confidente,
a la que le cuento todo de mí.
Esa es mi gata.