Ya tu boca duerme más que los petalos
del invierno
y no bajarán ya ramos de las ceibas.
Las manos, ustedes vieron, tambien peinaban.
¡Oh padres! después en los barbechos
se despreciaba a la piedra
y mientras dormian las gotas estancadas
envueltas de un vapor que no pertenece a nadie.
La sed pertenece humeda a los que se quedan,
como los ecos de los grillos, tragos y lunas.
Cayeron sin la tarde las plumas de la alondra
y los que araron, de ahí traerán argivos petalos;
simples, dulces, blancos,
como las semanas en el pecho.
Ya se perdieron, ya nos dejaron.
ustedes vieron damas vestidas y tiernas,
bajaban descalsas como las ramas del encino,
y algunos golpeaban a los pinos,
otros se robaban el ocote apagado
Y algunos se quedaron como una espera.
¡Qué no se hunda, muchacha, tu mañana!
¡Qué no se hunda más tu ausencia!
o se hundiran los aires maternos de tu beso
y todos iran a las temporadas a despertar aromas,
a amar tu voz silvestre, a levantar arados,
y a cosechar un pan que te vuelva pronto.