Pétalos indolentes ondean al viento
protagonizan el espectáculo
triste, silente
ante los faros displicentes,
resignados,
por la falacia de la inmortalidad del amor.
Los escoldos de lo vívido
no son más que miseria,
entre el ocaso y el alba
hay más que recuerdos,
tal vez, sueños y esperanzas.
Remembranzas gorjean
en la prisión solitaria,
aquejando, serenas,
minutos de resurrección.
Nimias gotas de rocío
acarician su inefable trayecto,
morigeran las risas,
previas al incontenible llanto.
La mirada acabada
busca el inasible horizonte,
la templanza, el amor, la pasión,
un próspero advenimiento...
Señala la partida,
con misógina razón,
de sus besos, su rostro, su alma.